Ortega y Gasset, Cuba y el Proyecto colectivo ausente ¿Qué es una nación?

Con este artículo inauguramos la columna semanal Lunes en harapos, a cargo de nuestro miembro del Comité Editorial, y estudiante de filosofía Tano, Nariño II.


(…) la patria se levanta sobre los hombros unidos de todos sus hijos”

“Con el dolor de toda la patria padecemos, y para el bien de toda la patria edificamos”

José Martí

“Si la nación consistiese no más que en pasado y presente, nadie se ocuparía de defenderla contra un ataque. Los que afirman lo contrario son hipócritas o mentecatos. Mas acaece que el pasado nacional proyecta alicientes -reales o imaginarios- en el futuro. Nos parece deseable un porvenir en el cual nuestra nación continúe existiendo. Por eso nos movilizamos en su defensa; no por la sangre, ni el idioma, ni el común pasado. Al defender la nación defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer”.

Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1929) pág. 244, Revista de Occidente.


En el celebérrimo libro de Don José Ortega y Gasset La rebelión de las masas (1929), el filósofo español trata un abanico de tópicos, desde el hombre-masa, infantil, ingenuo y peligroso, hasta la revolución bolchevique y su carácter anacrónico, no genuino. Más allá de estas tesis (unas han gozado de un buen añejamiento, otras no) lo que nos puede iluminar para hacer filosofía en Cuba es una de las ideas que aparece en ese libro, la idea de proyecto vital colectivo.

La decadencia de Europa, según Ortega. 

La Europa de finales de los veinte atravesaba una crisis en todos los órdenes, debido a muchas causas: Europa había perdido la hegemonía global o estaba a punto de hacerlo, el hombre-masa había aumentado su influencia en la política, el bolchevismo y el nazismo ganaban peso específico, pero todas estas causas no eran más que el síntoma de una sola, a saber, que los estados-nación europeos no tenían un proyecto vital colectivo. El antiguo proyecto colonialista se resquebrajaba, se diluía en el aire, el edificio del colonialismo estaba cayendo y no había marcha atrás en su desplome. El hombre-masa apareció entonces con fuerza, pues las elites estaban en una huida hacia adelante que no llevaba a ninguna parte, el nazismo y el bolchevismo ganaban espacio porque el sistema estaba en quiebra, y ellos traían una solución. Esa era la cuestión, el fascismo y el estalisnimo tenían en sus agendas, cada uno por su parte, una solución, un proyecto vital colectivo, sin embargo, las elites democráticas no. Stalin proponía el plan quinquenal, la construcción del socialismo en un solo país, decía que el socialismo se podía construir nacionalmente. El fascismo, a su vez, proponía volver a ser grandes nuevamente, recuperar la grandeza del Imperio Romano en el caso italiano, y construir la gran Germania en el caso alemán, acabar con las razas inferiores y “las ratas” comunistas, masónicas y judías. Para Gasset, ambos proyectos eran desagradables, pero sus pregoneros eran estratégicamente más listos que los liberales y demócratas, pues estos últimos no tenían nada que ofrecer, más que la lisa crítica al comunismo y el nazismo, pero la crítica no es un proyecto en sí, la crítica siempre es deconstructiva, pero no propositiva. 

La propuesta de Gasset fue la de darle un proyecto vital a los estados-nación europeos sin caer en el estalinismo ni en el nazismo, esa propuesta fue: trascender los propios estados nación, que Europa dejase de ser un grupo de naciones hostiles en disputa y que empezasen a trabajar en equipo para recuperar la hegemonía perdida a nivel global, dicha hegemonía debía estar basada en sus mejores valores liberales y democráticos. Tal proyecto no se realizó a tiempo para salvar al viejo continente de la Segunda Gran Guerra Mundial, pero al terminar sí se materializó. El proyecto europeo dio sentido a la vida nacional de esas naciones, hasta hace poco, hoy vuelve a estar en crisis, los europeos tendrán que resolver ese problema, que no es más que la reedición del viejo problema del agotamiento del proyecto vital colectivo.

¿Qué es la nación? El proyecto de Cuba.

He escrito todo lo anterior para arribar a una reflexión que me duele, pero necesito expresar. Como se ha visto, para Ortega y Gasset la nación no era un conjunto de costumbres tradiciones y ritos folclóricos, no era tampoco una lengua y cultura primigenia, la nación era para él un pacto político entre varios pueblos que se unían para realizar un proyecto en común. Por tanto, no existe cohesión social en un país si no existe ese empeño común hacia el futuro.

La Revolución cubana levantó tanto entusiasmo popular, tanta energía y ardor en el porvenir, no tanto por derrocar al sangriento Batista, que sin dudas fue un sólido punto de arrancada, sino porque logró ofertarle una tarea titánica a cada ciudadano, a saber, la construcción del comunismo. Los cubanos estaban dispuestos a padecer sacrificios enormes por esa tarea, tal era su convicción. Esta tarea fracasó por muchos factores y tuvo su colofón con la caída del socialismo europeo. Nadie hoy cree que vayamos a llegar al régimen de la abundancia ilimitada y la fraternidad. Desde 1991 la población está resistiendo para sobrevivir, pero sobrevivir no es un proyecto. La denominada Tarea Ordenamiento no parece levantar mucho ánimo, más bien lo contrario. Hay muchas demandas sociales insatisfechas. No se va hacia ninguna parte. No se ve luz al final del túnel. No hay esperanza. La muestra más contundente de esto es el éxodo del sector de la población que, por lo general, más fácilmente asume la realización de los proyectos nacionales, la juventud. 

Entre los nacidos antes y después de la revolución hay, para decirlo padurianamente, resignación y cansancio histórico. Entre los nacidos después y durante el Periodo Especial hay un denso descreimiento y un alarmante cinismo. Esto se debe en gran medida a que no tenemos proyecto.

La conclusión es pesimista, pero honesta, la nación cubana en el sentido ortegiano ha desaparecido, no está ni se le espera; desde los medios de comunicación se sigue haciendo énfasis en esa idea retrógrada de nación como un haz de símbolos y atributos patrios, como constelación de héroes y guerras pasadas, como ritmos musicales y danzas de origen africano o español. La nación no es eso, la nación revindica todos estos patrimonios, pero no se limita a ellos. Todo proyecto de nación debe persuadir, ser atractivo, convencer a la mayoría ciudadana, tener consenso, de lo contrario no es un proyecto nacional, sino un proyecto de grupos u oligarquías. La soberanía del Estado por sí misma no significa nada, es lejana a todos. La Francia de Luis XIV era soberana, es decir, el Estado francés no tenía que pedir permiso a nadie para gobernar. Pero la población francesa, el campesinado y la población de los burgos no tenían ningún poder o influencia en la toma de decisiones. Lo que trato de decir es que la soberanía sólo tiene valor si mejora la calidad de vida de las personas y su poder a la hora de decidir su destino. La soberanía no es un valor en sí mismo, la nación tampoco tiene valor en sí, por más que les duela a los metafísicos de la patria y a los poetas de la cubanía. Solo una nación soberana que sea una plataforma para el desarrollo armónico de millones de proyectos vitales individuales es una patria digna. Decía Marx que la libertad de cada uno es condición de la libertad de todos. Soberanía del Estado sin soberanía individual, no, gracias.