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Perú: la bancarrota del reformismo latinoamericano

Por Frank García Hernández



 Foto de Aldair Mejía 

La pésima solución que dio Pedro Castillo al hostigamiento del parlamento -congreso el cual obstaculizaba todo proyecto de ley en beneficio de las mayorías- habla de cómo el mandatario peruano ignoró a la clase trabajadora: la misma que hoy convoca en sus cartas desde prisión. 

Este tipo de política: o sea, el no dar participación directa a la clase trabajadora y por tanto, no poder esta controlar las decisiones de la organización política que dice representarla, no es un error de Pedro Castillo, sino una de las principales características del reformismo -y el estalinismo-. Al igual que Dilma Roussef con su vicepresidente Temer -quien urdió el impeachment contra la entonces presidenta brasileña-, Castillo construyó su gobierno con representantes de la misma oligarquía a la cual atacó en el discurso donde anunciaba su torpe golpe presidencial. Castillo paga hoy la conciliación de clases y las concesiones políticas que hizo desde su llegada a la presidencia.

Uno de los ejemplos más simbólicos de estas conseciones fue la caída del canciller Héctor Béjar, excelente intelectual premiado en 1969 por la Casa de las Américas y quien fuera miembro de la guerrilla peruana ELN. Béjar había dicho la verdad: la Marina peruana -asesinando y torturando- formó parte de la guerra terrorista contra las guerrillas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, terror que alcanzó a todo intento de oposición izquierdista. La sola declaración de inconformidad que presentó un grupo de oficiales de la Marina sirvió para que Castillo abandonara a Béjar y este se viera obligado a renunciar. Castillo encontró la típica solución reformista: como nuevo canciller nombró a un político de derecha. Este y otros incidentes, demostraban a la derecha que podía seguir presionando pues Castillo -con tal de lograr mantenerse al frente del gobierno- continuaría haciendo todo tipo de concesiones. 

Según avanzaba el mandato de Castillo, el dirigente social peruano Abel Gilvonio, -quien inicialmente apoyó al gobierno- acusaba al mandatario peruano de desarrollar una política “continuista neoliberal”. Ya en marzo pasado, Gilvonio alertaba que “con el gobierno de Pedro Castillo tendremos 35 años de neoliberalismo a la peruana”. A lo cual agregaba: “Lo que no sabe el presidente y su gobierno es que el poder neoliberal mafioso igual lo va a sacar del gobierno”. 

 Si la solución no está en hacer una nueva Constitución para el viejo Estado burgués -recordemos que Castillo llamó a una asamblea constituyente en su funesto comunicado-, menos lo era dar un golpe de Estado presidencial, tan similar al que asestó Fujimori en 1989. En medio de las protestas contra el actual gobierno militarista peruano, se debe recordar que Pedro Castillo no solo disolvió el Congreso, sino que también llamó a crear un “gobierno de emergencia excepcional”, prometiendo mayores recursos a la policía y el ejército

La torpe maniobra política de Castillo -quien evidentemente no solo tenía la oposición del congreso, sino que tampoco la había consultado con sus ministros- no es más que el total deterioro político del reformismo latinoamericano. El discurso de la nueva ola reformista se aleja cada vez más del radicalismo que caracterizó a aquellos gobiernos de izquierda surgidos en Latinoamérica tras el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela. Los actuales gobiernos reformistas se esmeran en mantener buenas relaciones con Estados Unidos; una política incluso realizada por líderes y organizaciones que protagonizaron la también conocida como marea rosa. 

Todas las organizaciones trotskistas venezolanas, e incluso el Partido Comunista denuncian continuamente las políticas económicas tomadas por el gobierno de Nicolás Maduro, calificándolo de neoliberal. El gobierno argentino intenta pagar metódicamente la deuda con el FMI y Andrés Manuel López Obrador visitaba amistosamente a Trump. 

En el discurso de la ola rosa 2.0 ha desaparecido completamente la presencia del antimperialismo nacionalista -el cual, a diferencia del antimperialismo socialista solo ofrece soluciones reformistas-. Recordemos que el enfrentamiento a Estados Unidos caracterizó a los gobiernos izquierdistas latinoamericanos de la primera década del siglo XXI: lo cual hoy muchos reformistas latinoamericanos quieren olvidar. Por su parte Castillo jamás pretendió desafiar a Estados Unidos. 

La horrenda crisis política por la cual hoy atraviesa Perú, demuestra que Trotski tenía razón al afirmar que los gobiernos reformistas terminan siendo derrocados por la ultraderecha. El actual gobierno militarizado de Dina Boularte solo es consecuencia de la imposibilidad política del reformismo para enfrentar a la oligarquía y los representantes de Estados Unidos. La actual radicalización del discurso de Pedro Castillo es el típico giro político del líder reformista que se ve superado por la clase trabajadora en un determinado momento de crisis. 

En Perú, la clase trabajadora se ha percatado de esto y la consigna de que caiga el gobierno y se vayan todos, cada vez más sustituye al reclamo de la vuelta de Castillo. Sin embargo, de no aparecer una organización revolucionaria que conduzca las protestas, estas terminarán en el mismo final reformista que ya sufrieron las rebeliones populares de Chile y Colombia. El gobierno de Gabriel Boric ha demostrado que al reformismo no le tiembla la mano para reprimir al mismo estilo de los gobiernos derechistas. Boric militarizó las regiones mapuches y los representantes de Alberto Fernández han desalojado continuamente asentamientos de personas económicamente vulnerables, por solo citar dos hechos significativos. 

Solo un frente de organizaciones revolucionarias podrá dar fin a la crisis política peruana en beneficio de la clase trabajadora. De lo contrario, ante una eventual caída del actual gobierno represor o su derrota en las urnas, asistiremos al retorno de un gobierno reformista y la continuidad de las crisis cíclica del capitalismo que ya Marx explicara en el siglo XIX. Este riesgo tiene una alta probabilidad de que suceda: las protestas se atenúan y el gobierno militarista ha aceptado convocar elecciones anticipadas. Ya sabemos que aunque es necesario ocupar espacios políticas, mediante las urnas no se hace la Revolución. 

Por otra parte, la izquierda peruana es una de las más golpeadas en América Latina. En la década de los noventa, la izquierda peruana no solo sufrió el shock político que provocó la caída del campo socialista europeo y la Unión Soviética, sino que también fue duramente golpeada -directa e indirectamente- por el grupo armado maoísta Sendero Luminoso. Los crímenes cometidos por esta organización, dirigida por Abimael Guzmán -quien se autotitulaba la cuarta espada del marxismo, lo cual según él esto significaba ser la encarnación de Marx, Lenin y Mao- fueron utilizados por la propaganda derechista para desacreditar a toda la izquierda peruana. Al mismo tiempo, la represión del fujimorismo contra Sendero Luminoso y el también insurgente Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, abarcaba a cuanta organización o actor político que se opusiera al gobierno desde la izquierda. 

El intento de resucitar el fantasma del senderismo es una de las principales políticas de descrédito que lleva a cabo el actual gobierno militarista peruano. De esa forma, el gobierno de Dina Boluarte y los militares intentan justificar el acoso contra diferentes organizaciones políticas y sociales, a la vez que criminaliza la rebelión popular. El gobierno de Dina Boluarte ya realiza las prácticas de terrorismo de Estado que caracterizó al neoliberal y represor Alberto Fujimori. El terruqueo -término popular con el cual en Perú se designa a la persecución policial y militar contra militantes y dirigentes sociales- hoy es un hecho que confirma la denuncia realizada por Héctor Béjar en los inicios del mandato de Castillo. 

Sin caer en el mesianismo de algunas organizaciones socialistas quienes, al no realizar análisis objetivos y solo existir en la consigna triunfalista tienden a anunciar revoluciones inexistentes, lo cierto es que el estallido popular peruano es otro ejemplo de la aguda crisis actual del capitalismo. El sistema capitalista ha demostrado una gran capacidad de adaptación sin perder su esencia: o sea, la burguesía detentando el poder tanto político como económico. Pero a lo cual el sistema capitalista no se adapta ni sobrevive es a una revolución socialista ¡Que la sangre obrera peruana no se derrame otra vez en vano y caiga definitivamente el Estado burgués!


Lea también: Un fantasma recorre Perú

              

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