Jacobin Latinoamericano publicó recientemente una entrevista a Jeanette Habel, socióloga y politóloga francesa, realizada por el escritor cubano, Rolando Prats acerca de las protestas del 11 de julio. Desde la década de los sesenta Jeanette Habel “viajaba regularmente entre París y La Habana[1]”. Aunque la entrevista toda es de gran valor para quienes intenten encontrar una visión socialista crítica sobre Cuba, reproducimos el destacado fragmento donde Habel responde a la pregunta de por qué estallaron las protestas del 11 de julio.
Rolando
Prats: Como para muchos otros observadores y analistas, para ti los sucesos del
11 de julio de 2021 en Cuba fueron un «estallido», una «revuelta» social que
marcó un antes y un después. Sin embargo, en este caso se tiende a convertir
los efectos en causas. Cabría perfectamente imaginar que sin el mantenimiento
de parte de Biden de la política de bloqueo recrudecida al máximo por Trump y
sin la pandemia de Covid-19 (a mi juicio, las dos causas absolutamente
decisivas de la situación en que se encontraba el país ese 11 de julio y, me
atrevería a decir, tal vez las únicas) no se hubiesen producido tales
acontecimientos.
Estés o
no de acuerdo con esa hipótesis, ¿podrías abundar en lo que para ti son las
causas que explican la revuelta del 11 de julio de 2021 y en sus posibles
efectos a largo plazo, más allá de detenciones, procesos judiciales y condenas?
Jeanette Habel: No cabe duda de que el mantenimiento por Joe Biden de las sanciones y del recrudecimiento del embargo decidido por Trump es una de las causas fundamentales del agravamiento de la pobreza y de las dificultades de la situación económica y social, a las que se sumó la pandemia de Covid-19.
Aunque
esos factores hayan sido decisivos en las manifestaciones del 11 de julio en
Cuba, no son los únicos. Hay otros, de carácter más estructural, que datan de
una época anterior, y que son consecuencia de errores de política económica.
Las
reformas económicas de mercado introducidas y profundizadas por Raúl Castro han
conllevado profundos cambios en la sociedad cubana. La «actualización del
socialismo» y su «conceptualización», postuladas en los congresos del PCC, no
han estado acompañadas de reformas políticas, de una democratización del
sistema institucional de partido único heredado de la antigua Unión Soviética.
Lo que no significa que se pueda ya acabar con el sistema de partido único, al
menos mientras se mantenga la terrible presión que se ejerce desde Miami y desde
la administración estadounidense.
Pero si
bien esas reformas económicas eran indispensables ante el estancamiento y los
fracasos de la economía cubana, estaba claro que conducirían a un aumento de
las desigualdades que es contrario a las tradiciones de solidaridad de la
Revolución. Para poder ser controlado, ese cambio de estrategia económica debió
haberse hecho de forma transparente, explicando las contradicciones del proceso
y todo lo que estaba en juego. Lo cual implicaba acabar con las trabas y las estrecheces
burocráticas.
Sin
embargo, nada se hizo en ese sentido. Peor aún, incluso la indispensable
unificación monetaria se llevó a cabo en el momento menos propicio, en plena
pandemia, con arreglo a modalidades que resultaron lesivas para la población, con
aumentos inconcebibles de los precios de bienes esenciales y con medidas que
provocaron una profunda división entre los cubanos que tenían divisas y los que
no (sobre lo cual volveré más adelante).
Ahora
bien, esas reformas coinciden con cambios sociopolíticos y rupturas
generacionales. En marcha desde hace muchos años, esos cambios se han
subestimado y no se han tenido en cuenta por la dirección del país. En primer
lugar, cambios generacionales. Desde 1959, desde el triunfo de la Revolución,
ha habido al menos tres o cuatro generaciones que, en particular desde el
desplome de la Unión Soviética, no han conocido sino una crisis tras otra. Para
los jóvenes, la lucha contra la dictadura de Batista es cosa del pasado.
Los
logros de la Revolución, las conquistas sociales, la educación y la salud,
fueron para las viejas generaciones elementos muy importantes de apoyo a Fidel
Castro y su gobierno. Pero muchos de esos elementos se han visto muy
debilitados desde el desplome de la Unión Soviética. Desde entonces, no han
cesado las crisis. Hay un cúmulo de dificultades de todo tipo, que se
materializan, por ejemplo, en el plano de la vivienda. Muchos jóvenes se ven
obligados a vivir con su familia. Los servicios de salud se están deteriorando,
a pesar de que Cuba llegó a contar con un sistema de salud pública
verdaderamente extraordinario; con la crisis, con la desaparición de la URSS,
se restringieron los recursos que se destinaban a la salud. Esos cambios
afectan a esas nuevas generaciones que no tienen la misma historia, las mismas
referencias que sus padres. Se trata de un fenómeno clásico y universal. Esa
diferencia generacional conlleva una diferencia de pensamiento, una diferencia
de percepción, una diferencia cultural.
El
segundo aspecto, muy importante, es que las aspiraciones y los debates
políticos no se acomodan a las restricciones y a las limitaciones a la
democracia que existen en Cuba. Hay una contradicción muy grande a la que se
enfrenta una generación culta, educada por la Revolución. El discurso público,
los medios de comunicación, la política editorial y la política cultural se ven
constreñidos por una censura que no permite que haya debate.
Las
nuevas generaciones se han graduado de la enseñanza media o superior, su
educación y su formación les han permitido acceder a puestos de trabajo
cualificados, muchos jóvenes son hoy cuadros profesionales, lo cual marca una
gran diferencia con la situación anterior a la Revolución, con la generación
que hizo la Revolución, algunos de cuyos cuadros carecían de una formación y un
nivel educacional más allá de la escuela primaria. La generación actual, que
posee una sólida formación, se enfrenta a una rigidez política y a prácticas
culturales anticuadas. Los intercambios que se produjeron en torno a la nueva
Constitución dan fe de esas demandas.
No hay
que olvidar que Cuba es un país latinoamericano y que son constantes sus
intercambios con América Latina. La juventud cubana, las nuevas generaciones,
están al tanto de los debates teóricos, los debates ideológicos, los debates
políticos latinoamericanos y europeos. A nivel oficial, jamás se han analizado
realmente las causas de la implosión de la Unión Soviética. El sistema
soviético no fue nunca objeto de críticas y se omitían las dificultades que la
URSS experimentaba desde hacía tiempo. El desplome de la URSS produjo una
terrible conmoción, lo cual vino acompañado de una gran incomprensión, sobre
todo por la extrema gravedad de la crisis económica que sobrevino tras la
ruptura de los intercambios económicos con Moscú. A modo de explicación, hasta
se llegó a insinuar que había habido algún complot, que detrás de todo ello
bien podría haber estado la mano de la CIA.
Pero los
males de la sociedad soviética, la herencia del estalinismo, se pasaban por
alto. Nunca se explicó por qué el pueblo soviético no había salido a la calle a
defender el régimen. Sin embargo, se sabía que en la Unión Soviética las cosas
iban mal, se sabía que cada vez eran más los problemas, al igual que se sabía
que en la URSS el partido había convertido el marxismo en un dogma doctrinal.
Pero en Cuba, al parecer, no lo sabían. Y nada de eso se analizó en provecho de
las nuevas generaciones, de las masas populares. Lo cual fue un error sumamente
grave, pues algunos de los elementos políticos que habían conducido al desplome
de la Unión Soviética, algunas de las causas institucionales de ese desplome,
afectaban también a Cuba.
Según el
discurso oficial, se había «copiado demasiado» el sistema soviético, pero no se
aclaraba qué era lo que se había «copiado» y qué era entonces lo que había que
cambiar también en Cuba, enfrentada a dificultades económicas y políticas. Todo
ello provocó el desconcierto, la desmoralización, la confusión y el
escepticismo sobre el futuro del socialismo cubano entre los cuadros políticos,
los intelectuales y los militantes del PCC.
Los
problemas de la transición al socialismo, las dificultades de Cuba, están a la
orden del día. Son objeto de diferentes análisis y suscitan interrogantes,
habida cuenta de las reformas económicas adoptadas y de sus consecuencias
sociales. ¿Qué lugar ha de ocupar el mercado, cuál la planificación, qué tipo
de democracia? Los medios de comunicación se hacen poco o ningún eco de esos
debates, que se sostienen fundamentalmente en numerosos blogs y plataformas
digitales, al margen de los circuitos oficiales.
Jeanette
Habel (Francia, 1938). Originalmente Jeanette Pienkny es
una politóloga y socióloga francesa. Entre 1958 y 1960 militó en la Unión de
Estudiantes Comunistas. En 1966 participó de la creación de la Juventud Comunista
Revolucionaria y posteriormente formó parte del Buró Político de la Liga
Comunista Revolucionaria, emblemática organización del Mayo Francés de 1968,
encabezada por Alain Krivine. Desde 2010 forma parte del francés Instituto de
Altos Estudios de América Latina, especializada en el área Cuba. Al mismo
tiempo colabora con Le Monde Diplomatique desde 2010. Sostuvo cercanas relaciones
con los intelectuales revolucionarios cubanos Fernando Martínez Heredia, Juan
Valdés Paz y Aurelio Alonso. Entre los libros de Habel se encuentran “Fidel
Castro. Proceso al sectarismo” (1965) y “Ruptura en Cuba: la crisis del
castrismo” (1989).
Rolando
Prats (Cuba, 1959). Escritor cubano residente en Estados Unidos. En
1989 impulsa el grupo Paideia, el cual se presentaba como un “proyecto de
promoción, crítica e investigación de la cultura”. En 1991 junto a otros
intelectuales, conformó el colectivo Tercera Opción, catalogado por la
burocracia cubana como socialdemócrata. En su manifiesto, Tercera Opción se
presentaba como “una alternativa democrática por la independencia económica, la
soberanía política, la justicia social y los derechos del hombre”. Ambos grupos,
similares a la disidencia intelectual soviética, resultaron ser demasiado críticos
para la burocracia cubana siendo reprimidos. En la década de los noventa, Prats
decide radicarse en Estados Unidos siendo actualmente traductor de las Naciones
Unidas. Al mismo tiempo, es el editor general del proyecto Patria, actos y
letras, donde Jeanette Habel publicara un artículo analizando las protestas del 11 de julio. Paradójicamente, hoy las posturas de Prats se
caracterizan por una abierta defensa al gobierno cubano.
[1] Stutje, Jan Willem. Ernest Mandel, A Rebel Dream Deferred. Ediciones Pluto, New York, 2009 p.162