La mujer trabajadora cubana: reforma o revolución (fragmento del libro de Clara Fraser Manifiesto para mujeres radicales)


Manifiesto para mujeres radicales fue escrito por Clara Fraser en el convulso 1967 es un texto que cuando se lee merece ser renombrado Manifiesto para mujeres revolucionarias. Su contenido, marxista desde la primera hasta la última palabra, expone un conflicto político que es producto de la lucha de clases en la emancipación de la mujer: ¿feminismo reformista o feminismo revolucionario?

Manifiesto de las Mujeres Radicales es una lectura especialmente urgente para las mujeres cubanas y los hombres feministas que humildemente las acompañan en su lucha. Aunque la Revolución garantizó la igualdad legal de la mujer en la mayoría de las esferas de la vida y en los hechos las trabajadoras tuvieron un continuo avance cualitativo, la realidad ha demostrado ser muy diferente. Las mujeres cubanas siguen llevando la carga principal de la familia, trabajando a tiempo completo por salarios de subsistencia para después continuar la jornada laboral en un indetenible segundo turno a tiempo completo en casa de forma gratuita, con un magro apoyo colectivizado.

La riqueza generada por el trabajo no remunerado de las mujeres cubanas es una mina de oro para el Estado -un préstamo multimillonario pendiente para nuestros gobernantes- que les permite construir hoteles de lujo y reforzar un enorme aparato militar-policial mientras ellos viven una vida de lujo en medio de la miseria de las mayorías populares.

Si el Estado cubano compensara el trabajo social de las mujeres como debe ser, la economía de la isla caería en una crisis aún más profunda debido al insaciable frenesí consumista de la burocracia dirigente. La burocracia dirigente cubana "no puede" pagar buenos salarios porque afectaría el lujoso modo de vida de los burócratas: el sistema cubano actual, entre otras cosas, es por eso irreformable. Es la clase trabajadora quien sostiene los lujos de la burocracia dirigente y la burocracia dirigente no va a afectar su consumista estilo de vida. Es por ello que el gobierno cubano recorta los pocos beneficios de la clase trabajadora: solo así puede conservar su lujoso estilo de vida y la irracional inversión en el turismo. En la Cuba de hoy chocan constantemente los intereses de la mujer trabajadora y los intereses aburguesados de la burocracia dirigente. Mientras la inútil primera dama Lis Cuesta desde su palacete, atragantándose de pasteles llama a que la mujer obrera resista, durante dos días no hubo pan en Santa Clara ¿Qué habrán hecho las madres obreras para darle de desayuno a sus hijas e hijos pequeños?

El hecho de que las mujeres cubanas soporten esta doble carga es una medida de la negativa del PCC, desde el principio, a completar la Revolución -la liberación social total de la mujer-, un índice central del comunismo. El desarrollo de la actual contrarrevolución capitalista dirigida por el PCC y sus jefes militares hundirá a las mujeres trabajadoras en profundidades de pobreza y sumisión similares a las de la época prerrevolucionaria. El Manifiesto de las Mujeres Radicales es un manual de liderazgo de las mujeres trabajadoras para la total igualdad racial y de género a través de la verdadera democracia socialista.

Feminismo reformista o revolucionario no es un debate teórico: es asumir que la liberación de la mujer solo será plena y posible cuando desaparezca el capitalismo; que el “empoderamiento de la mujer” en la sociedad capitalista solo es una trampa para “empoderar” aún más a la burguesía y a su representantes políticas, es decir, las Golda Meier, Margaret Thatcher, Hillary Clinton o, más cercano en la historia y la realidad, a la neofascista Victoria Villarruel, candidata vicepresidencial de Milei ¿Puede enorgullecerse la mujer trabajadora argentina de que la ultraderechista defensora de militares genocidas, Victoria Villarruel sea diputada nacional y candidata vicepresidencial o que la derechista represora Patricia Bullrich sea aspirante a la presidencia? No: la mujer trabajadora argentina será la primera en sufrir las terapias de shock y represión que Villarruel o Bullrich lanzarán contra la clase trabajadora si llegan al poder.

Mientras tanto, en Cuba, básicamente la mujer trabajadora se encuentra ante dos tipos de feminismos: el reformista, nacido de la sociedad civil con apoyo de medios de prensa burgueses y el feminismo neoestalinista que impulsa la oficialista Federación de Mujeres Cubanas. A duras penas se abre paso un feminismo socialista revolucionario, el cual se enfrenta al duro escollo de la desmovilización política y la repulsa hacia todo tipo de socialismo que hace años crece en la juventud cubana producto de la degeneración política del PCC. La mujer cubana todavía tiene mucho que defender: las conquistas de la Revolución fueron sustanciales, pero la burocracia reaccionaria, para poder implantar la restauración capitalista, obligatoriamente se verá forzada a recortar los logros que la mujer trabajadora.

Pero la mujer obrera cubana no se ha quedado con los brazos cruzados: desde el 11 de Julio han tenido lugar no pocas protestas donde la mujer trabajadora ha estado al frente, realizando incluso cortes de ruta. Recordemos también a las mujeres cubanas que por ejercer el derecho a la protesta, sin tener ningún vínculo con la contrarrevolución se encuentran presas y destacamos la situación grave de la mujer trans Brenda Díaz, quien guarda prisión en un centro penitenciario para hombres.

Otro hecho doloroso que hoy sufre la mujer cubana es la presencia del feminicidio, lo cual el Parlamento cubano se negó a tipificar cuando se implementó el recién establecido Código Penal. Según la institución cubana no gubernamental Observatorio de Género Alas Tensas, hasta el 12 de octubre, durante el 2023 en Cuba 65 mujeres habían sido asesinadas.

De eso va este libro de Clara Fraser: de por qué solo un feminismo marxista revolucionario será el instrumento fundamental para la emancipación de la mujer; texto del cual reproducimos el subcapítulo Reforma y revolución

Por último, queremos agradecer al Partido de la Libertad Socialista de Estados Unidos (Freedom Socialist Party), en especial al camarada Steven Strauss, sin el cual no se hubiera podido reproducir este fragmento de El Manifiesto para mujeres radicales.

Anunciamos además que quien desee leer Manifiesto para mujeres radicales escríbanos mediante el "¿Quieres colaborar con Comunistas?" que se encuentra en el menú desplegable.



Reforma o revolución

Clara Fraser


El origen y la profundidad de nuestra opresión como mujeres conlleva la solución. En el sorteo de subyugación, nosotras ganamos. Somos nosotras el grupo de seres humanos constantemente oprimidos más antiguo, grande e internacional. Sólo una enorme rebelión social con una visión revolucionaria sin precedente en la historia humana podrá subvertir el sistema supremacista imperialista masculino, restaurar la igualdad económica y comenzar a reconstruir el perfil de la política sexual después de 5,000 años de distorsión y contrarrevolución.

El sexismo no es simplemente un tumor canceroso dentro del cuerpo capitalista. Es el cuerpo: el sexismo lo define, lo motiva y le da fuerza. Las raíces del sexismo, el ámbito del sexismo y la continua necesidad de sexismo se encuentran todas dentro de los confines del capitalismo. La misión de las feministas revolucionarias es transformar la cuna del sexismo — el sistema de propiedad privada — en su opuesto y único enemigo — el socialismo, la tumba del sexismo. El progenitor burgués de la supremacía masculina debe ser derrocado y sustituido por la democracia matriarcal de la economía socialista y por una cultura humanitaria.

Para la gente de color, cuya explotación ha sido otra característi- ca central y distintiva del capitalismo, derrocar el sistema de lucro es lógicamente mandatorio. Y para las mujeres de todas las razas y orientaciones sexuales, la conexión intrínseca entre el sexismo y el capitalismo debe estar bien clara. Los orígenes de la opresión se remontan a través de la historia a los principios de la propiedad privada y a la profunda división entre el trabajo privado, doméstico y no remunerado, y el trabajo social remunerado. Por lo tanto, la igualdad real de las mujeres exige, no sólo la muerte del capitalismo y de todos los sistemas de propiedad privada, sino la correspondiente erradicación de la familia burguesa exigida por el Estado, mecanismo que perpetúa dicha opresión.

Nuestra libertad sólo se puede lograr en una sociedad organizada comunalmente, democrática y cooperativa donde los bienes y servicios sean, una vez más, colectivos; o sea, cuya producción y propiedad pertenezca a todos y que sean distribuidos para el uso humano común y no para el lucro individual. La propiedad privada de plantas y productos industriales y el poder político que ocasiona, deben desaparecer. El absurdo conflicto entre el “individuo” y la “sociedad” dejará de existir entonces, porque serán de hecho interdependientes. Los niños de todas las razas y de ambos sexos crecerán compartiendo todo lo que pueden proporcionar la tierra y el talento humano, libre de pobreza, guerra, explotación, brutalidad y represión.

Este tipo de mundo tiene un nombre: socialismo. Es factible únicamente a nivel internacional y su victoria global puede consolidarse sólo una vez que la revolución haya triunfado en los países capitalistas avanzados. Debido al papel crucial de los Estados Unidos en la economía mundial y su tecnología gigante, la revolución en Estados Unidos es la clave para un cambio fundamental duradero en el resto del mundo.

El capitalismo de Estados Unidos es, en realidad, internacional; abarca todo el mundo y roba tierra y recursos, y explota a las mujeres y a la gente del tercer mundo. Por esta razón, la revolución en “la panza de la bestia” es decisiva para el resultado de las luchas libertarias que realizan los pueblos oprimidos de todos los sitios. Toda revolución del planeta y cada batalla para la liberación nacional fracasará mientras que el imperialismo de los Estados Unidos tenga el poder de aniquilarlas cooptándolas, asfixiándolas o bombardeándolas. La revolución socialista en la patria de la contrarrevolución imperialista mundial proporcionará la garantía definitiva para la libertad de todo el mundo.

A pesar de la conexión básica y obvia entre el sexismo y el capitalismo, muchas voceras feministas declaran que en un futuro cercano será posible eliminar los errores sexistas dentro del sistema a través de reformas — y, de esa forma, la política revolucionaria será irrelevante.

Nosotras creemos que están equivocadas simple y rotundamente pues ignoran los orígenes de nuestra subyugación y prefieren considerar la supremacía masculina como un vestigio accidental de la cultura del pasado que simplemente desaparecerá cuando se enfrente a una justa indignación, a la presión legislativa, la reforma jurídica y a exigencias “razonables.” Su punto de vista de que la igualdad para las mujeres se acaba de convertir en una posibilidad debido a los avances tecnológicos que han hecho totalmente obsoletos el tamaño físico y la fuerza es, en efecto, la admisión de que las mujeres eran incapaces de funcionar sobre una base igualitaria antes del advenimiento de la tecnología moderna. Éste es un disparate antropológico.


Esas intransigentes simpatizantes de la reforma del capitalismo se rehúsan a analizar seriamente las causas del sexismo debido a que el resultado de dicho análisis las haría acercarse a la política radical. Como profesionales o mujeres que tienen el lujo de albergarse en el hogar o de un “éxito” potencial, temen y odian el radicalismo y la pérdida de la respetabilidad mucho más de lo que odian el sexismo. No se atreven a arriesgar su situación, ingresos ni prospectos.

Es vital organizarse para lograr reformas en cuestiones de sobrevivencia pero intentar acorralar a las mujeres insurgentes dentro de los partidos capitalistas, tales como el Partido Demócrata en los Estados Unidos o su equivalente en otros países, puede sólo frustrar, confundir y desmoralizar al movimiento. Esa degeneración fue el resultado de que las feministas de los primeros años del siglo XX acudieron al sufragio como el remedio absoluto para la opresión de las mujeres. Es absurdo y auto-derrotista prometer a las mujeres la igualdad total por medio de la buena voluntad de los partidos principales cuya sobrevivencia depende precisamente de la clase capitalista y de la explotación de las mujeres en cada ámbito de la vida por parte de la misma clase.

¿Cuándo vamos a dejar de amar a nuestros amos y a unirnos a nuestros enemigos?

A medida que el movimiento feminista se ha polarizado en ten- dencias derechistas e izquierdistas, los líderes burocráticos del ala feminista liberal se han convertido en calculadoras defensoras del sistema y enemigas acérrimas de los intereses de las mujeres. Le temen más al radicalismo que a la reacción y por eso huyen de la dere- cha o intentan hacer tratos con ella, incluyendo a los opositores del aborto, convirtiéndolos así, en enemigos más osados de las mujeres. Los devotos de las políticas reformistas acusan de rojas y persiguen con malicia a las Mujeres Radicales debido a nuestra ideología socia- lista, postura militante y, con frecuencia, estilos de vida relativamente no convencionales. Con todo el aplomo, ellos censuran y venden a las mujeres de color, las lesbianas declaradas y a las mujeres trabaja- doras para proteger su propia “credibilidad” y respectabilidad en los círculos del establecimiento político.

Ellos intentan canalizar todas las protestas masivas contra los ataques a las mujeres en acciones puramente legislativas y en políticas de los partidos capitalistas, disipando así, el poder de la lucha. Dichos reformistas falsos, muchos de los cuales han ganado empleos y puestos políticos a expensas del movimiento, tienen sólo una función — la de obstruir cada vez más a las feministas militantes de base por medio de su oportunismo racista, anti-gay y contra los sindicatos.

Otros sectores del movimiento de mujeres simplemente rechazan la política, toda la política, por ser corrupta, por estar “dominada por los hombres,” y por ser una desviación del feminismo “puro.” Ellas arguyen que conseguir el poder es justamente imitar la lucha de los hombres por el poder, y que las mujeres de alguna manera deben mantener la pureza moral que supuestamente nuestra propia falta de poder nos ha inculcado. O bien rechazan todas las luchas políticas contra nuestros opresores, declarando que la “adquisición de poder” espiritual o erótico es lo único que necesitamos.

A ellas nos dirigimos diciendo que la cuestión del poder — poder sobre nuestras propias vidas y el poder político y económico en la so- ciedad — es el meollo de la liberación de las mujeres. Ignorar esto es equivalente a rechazar la lucha contra lo que nos oprime, que es exactamente lo que nuestros opresores quisieran que hiciéramos.

El poder en sí no es malo. El problema es su centralización en las manos de la minoría rica que lo usa para explotar al resto de no- sotros. La única solución es quitarles el control construyendo un mo- vimiento revolucionario de masas capaz de hacerse con el poder y de devolvérselo a las grandes masas de gente trabajadora.

Hay otra tendencia de feministas que está de acuerdo con las radicales en que el socialismo es, o debería ser, preferible al capitalismo pero que son sinceramente escépticas acerca de la probabilidad de alcanzarlo. Consideran utópica la búsqueda del socialismo y prefieren gastar sus energías en objetivos a más corto plazo. Pero las reformas son escasas y se logran sólo con tremendos esfuerzos. Aunque se logre una reforma, dicho logro degenerará y creará una plétora de nuevos abusos a su paso si el movimiento de reformas no se radicaliza y continúa ejerciendo presión. Nada es menos realista, razonable o factible que el sueño utópico de alcanzar la igualdad de sexos dentro de este sistema.

De hecho, la peor trampa para las mujeres serias, aparte de las ilusiones reformistas, es el cinismo acerca del tremendo potencial de sus propias hermanas para reconstruir el mundo. Nuestros prospectos son tan ilimitados como nuestro espíritu y determinación.

Las mujeres deben aprender a creer en el poder de las mujeres.


“Feminismo radical” es la etiqueta adoptada por aquéllas que consideran a los hombres, y no al capitalismo, el enemigo de las mujeres. Las feministas radicales decretan que, contrario a Engels, la opresión de las mujeres fue el resultado inevitable de lo que ellas describen como nuestra inferioridad física — nuestro tamaño más pequeño y nuestra fuerza física inferior. Las mujeres, argumentan ellas, fueron oprimidas históricamente por los hombres porque éstos eran más grandes y fuertes y podían manipular a las mujeres, y porque las mujeres, en virtud de su función reproductora, eran las esclavas de sus propios cuerpos.

Shulamith Firestone, en The Dialectics of Sex (La dialéctica del sexo), describe en detalle las supuestas agonías de las mujeres du- rante el parto en las sociedades primitivas y sus frecuentes enferme- dades y muerte causadas por su biología inferior. Esta variación del falso principio de Freud de que “la biología es el destino” afirma que el conflicto entre los hombres y las mujeres es innato y que la supremacía masculina es y siempre ha sido el problema fundamental de la sociedad humana, sobrepasando a la clase y la raza en importancia. Las feministas radicales consideran la búsqueda de la dominación una característica inevitable de los hombres, y no un fenómeno social relativamente reciente que surgió de las necesidades económicas de las relaciones de la propiedad privada.

Ellas declaran que la igualdad para las mujeres es sólo posible hoy día gracias al control de la natalidad. En su opinión, nosotras sólo podemos ser libres aboliendo nuestra función reproductora implicando así que el ser madre, en efecto, nos hace inferiores al hombre.

Lo que se necesita, afirman las feministas radicales, es una batalla con sesgo contra los hombres, todos los hombres, sobre la cuestión de quién dirigirá a la sociedad. Para ellas, la verdadera revolución es la revolución sexual en la cual las mujeres simplemente derrocarán el sistema de control masculino y lo sustituirán por — ¿el capitalismo dirigido por las mujeres? No dicen nada al respecto.

La conclusión lógica y extrema del feminismo radical es la separación femenina, la cual dicta que las mujeres se deberían desconectar completamente de los hombres. Las feministas radicales, sobre todo las separatistas, son sexistas, racistas y están contra el mundo la- boral por su rechazo de alianzas con hombres gays, hombres de color y hombres trabajadores. Ellas se basan en estereotipos sexistas de las mujeres que las tildan de maternales e intuitivas; echan por tierra la teoría marxista por ser “masculina” y consideran que la experiencia personal es la forma suprema de análisis.

Irónicamente, con frecuencia las feministas radicales forman nexos sin principios con nacionalistas culturales, que consideran la raza o nacionalidad su primera causa. Las posturas sexistas y antilaboral que son características del nacionalismo cultural tienen su paralelo en el feminismo radical. Lo que parecen alianzas extrañas entre las feministas radicales racistas y los nacionalistas culturales sexistas de hecho tienen cierta lógica pues comparten un antagonismo básico hacia el análisis de clase y las soluciones revolucionarias.

Al confundir la biología con la historia y la psicología con la cultura, las feministas radicales ignoran los fundamentos económicos de la explotación y la opresión históricas de las mujeres. Ellas arguyen que ningún sistema económico puede garantizar la igualdad para las mujeres pues ninguno puede garantizar los cambios en las actitudes y la cultura del chovinismo masculino.

Al igual que los líderes liberales, algunas voceras de las feministas radicales tienen una tal hostilidad hacia el feminismo revolucionario que se han alineado con la derecha, a la vez expresando su desaprobación de la izquierda y de los hombres socialistas, en particular.

Afortunadamente, las feministas radicales y separatistas están equivocadas: equivocadas en su análisis histórico y en sus conclusiones. Las mujeres son y siempre han sido más adaptables y capaces de sobrevivir que los hombres. La relación que se desarrolló entre la procreación, la fuerza física y la opresión es un efecto de la propiedad privada y del sistema económico en el cual se basa. La clave para la emancipación de las mujeres nos es dada por la verdadera historia de las mujeres en las comunas primitivas donde se desconocían los juicios de valor modernos acerca de la maternidad y el tamaño físico y donde el valor social era determinado por la posición de la mujer en la fuerza laboral productiva de la sociedad.

Éste es todavía el caso, y es la razón por la cual el socialismo — no la reforma ni la separación — es el camino a la liberación para las mujeres modernas. Sólo el socialismo puede devolver a las mujeres una vez más la igualdad en la producción social y, de esta forma, la completa igualdad social, económica y personal.