Cuba, censura e intelectuales

 



El intelectual cubano Desiderio Navarro coordinó en el año 2007 un ciclo de debates donde personalidades de la literatura, las ciencias sociales y artes en general criticaron públicamente a la censura y represión administrativa vivida en Cuba durante la década de los 70 -periodo conocido como Quinquenio Gris-. Parte de estos debates fueron compilados en el libro titulado La política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexión[1] publicado en 2007. En la portada se puede leer que dicha compilación era solo la primera parte, sin embargo, el segundo volumen nunca se publicó[2].

Después de estar sometido al ostracismo, el libro fue presentado otra vez la tarde del 28 de enero de 2020 como parte de la inauguración de la Biblioteca Salvador Redonet. El presentador del texto y coordinador de dicha institución, solo por citar fragmentos del libro cargados de una aguda crítica a la censura de los 70, recibió posteriormente fuertes llamados de atención por parte de voceros del Ministerio de Cultura y finalmente, bajo presión, se vio obligado a renunciar como coordinador de la Biblioteca Salvador Redonet. La acusación principal era que este intelectual quería hacer de dicha biblioteca un “centro trotskista”. El argumento que sirvió para esta acusación fue que el coordinador en la presentación del libro había anunciado su voluntad de donar a la recién inaugurada biblioteca su colección personal de títulos de Trotski, que ascendía en ese momento a más de 20 volúmenes y alrededor de 30 ejemplares. De ese modo, la institución quedó privada de ser el centro que habría tenido la mayor colección de libros de Trotski en Cuba.

Lo que pudiera parecer anecdótico, sirve para demostrar cuánto se ha retrocedido en Cuba respecto a las libertades que necesita todo intelectual para ser intelectual. Parte de los intelectuales y artistas autores del referenciado título fallecieron en los 15 años que separa la impresión del libro a la actualidad. Entre otros factores, la muerte de ellos sirvió para que los censores vieran despejado el camino para volver a reprimir.

Todo lo que se denuncia en el libro hoy se vuelve a repetir en Cuba y cobra fuerza cada vez más. La vuelta a la censura se ha consolidado de tal manera que hoy el libro sería imposible de publicar y no pocos intelectuales se escandalizaron cuando en 2020 volvieron a escuchar fragmentos de este texto publicado en 2007. Comunistas -con la divulgación de estos fragmentos en la tercera entrega de la columna cultural dominical- colabora a romper el silencio y quebrar la normalización de la censura; porque en Cuba la censura ha llegado al punto de que se censura a quien denuncie la censura.

 

¿Cuántos años de qué color? Para una introducción al ciclo [fragmentos][3]

Desiderio Navarro

En mi opinión, en estos momentos hay en nuestro país por lo menos cuatro modelos de sociedad y de cultura en lucha no sólo a escala macrosocial, sino a menudo hasta dentro de una misma cabeza. Esas cuatro tendencias de estructuración de la sociedad y la cultura en un determinado sentido son:

1) lo que Marx llamó “comunismo de cuartel”, (monismo artístico: exigencia de un arte apologético y acrítico, el artista sólo como entretenimiento, ornamentador o ilustrador de tesis);

2)     socialismo democrático (diálogo artístico, con inclusión y fomento de un arte crítico-social);

3)     capitalismo de Estado o “socialismo de mercado” (pluralismo artístico, con exclusión de un arte crítico social, apertura a la globalización americanocéntrica y fomento de la cultura destinada al mercado transnacional y nacional).

4)     Capitalismo neoliberal (sumisión del arte al mercado transnacional y nacional; neutralización y recuperación de un eventual arte crítico-social por el mercado).


(….)

Ante los llamados a ceñirnos a los “temas indicados” para el debate intelectual, debemos recalcar que todos[4] los problemas del país, no sólo los culturales, son problemas nuestros doblemente, porque somos intelectuales y ciudadanos; triplemente, si añadimos la condición de revolucionarios. Muchas veces, para el intelectual, no es siquiera cuestión de hacer que el “pueblo”, “el público”, tome conciencia de un determinado fenómeno social negativo, sino simplemente de lograr que ese fenómeno, secreto a voces, sea discutido colectivamente en la esfera pública.

(…)

Otro modo de descalificar intervenciones críticas de intelectuales es culparlas de “indisciplina”, de introducir anarquía y desorden en la vida social, y en esos casos se suele agitar el fantasma de la glasnot y la perestroika, del mismo modo que otros agitan el fantasma del comunismo o el terrorismo internacional en otras partes. Se llama a desatender el contenido de verdad de una intervención crítica por el mero hecho de que ésta ha violado las reglas pragmáticas no escritas, pero no por ello menos rigurosas, que deciden dónde, cuándo, cómo y ante quién no se debe plantear una crítica sobre determinados temas (e incluso quién debe plantearla). Basta por ejemplo, que haya sido realizada fuera del correspondiente círculo de autorizados, fuera de las instituciones o reuniones programadas, o por una persona (principiante o aficionado) no reconocida institucionalmente como una figura intelectual, o sin rodearla de rituales apologéticos “constructivos”, o sin ofrecer ya lista la solución del problema planteado, para que se pueda desautorizarla de manera absoluta y declarar innecesaria -y también improcedente- toda apuesta a ella.

(…)

Ocurre que la actividad crítica del intelectual en la esfera pública no sólo es combatida directamente, sino también por vías indirectas, y una de ellas es la administración de la memoria y el olvido. En cada período se trata de borrar (minimizar, velar) de la memoria colectiva cultural todo lo relativo a la actividad crítica del intelectual en el período anterior: ora el recuerdo de las formas que asumió, las vías que utilizó, los espacios en que se desarrolló y las personas concretas que la ejercieron, ora el recuerdo de cómo se la combatió, reprimió o suprimió, y quiénes fueron sus antagonistas (lo cual, en la incierta primera mitad de los 90, vino a facilitar el “lavado de biografías” -como el que se acaba de hacer con Pavón y Serguera-, el “travestismo ideológico” y el “reciclaje” de personajes de línea dura).

(…)

En sus respectivos momentos de incidencia en la esfera pública la mayoría de los intelectuales críticos cubanos ha creído más que muchos políticos en la capacidad del socialismo para soportar la crítica abierta. Más aún, la han considerado, no una amenaza para el socialismo, sino su “oxígeno”, su “motor”: una necesidad para la supervivencia y salud del proceso revolucionario. En su convicción, la crítica social sólo puede ser una amenaza cuando se la silencia o incluso se la desalienta con represalias administrativas o de otra índole, cuando se la confina a un enclave gremial o institucional cerrado, cuando se le coloca en un vacío comunicacional bajo una campana de vidrio, y, sobre todo, cuando no se la responde, o cuando, incluso reconocida como acertada, no es tenida en cuenta en la práctica política. Para ellos, lo que confirmaron los procesos que llevaron al derrumbe del campo socialista no fue -como piensan muchos políticos, burócratas, tecnócratas y econócratas [sic]- que la crítica social de los intelectuales determina la erosión y caída del socialismo realmente existente, sino que el silenciamiento, confinamiento y desdeñamiento de la crítica social realizada por la intelectualidad y el pueblo en general permite que los problemas sociales y los correspondientes malestares crezcan, se multipliquen y se acumulen más allá de lo que una tardía apertura del debate crítico público podría enfrentar.   

La suerte del socialismo después de la caída del campo socialista depende, más que nunca antes, de la capacidad de los revolucionarios de sustentar en la teoría y en la práctica aquella idea inicial de Fernández Retamar de que la adhesión del intelectual a la Revolución -como, por lo demás, la de cualquier otro ciudadano ordinario- “si de veras quiere ser útil, no puede ser sino una adhesión crítica”; depende de su capacidad de tolerar y responder públicamente la crítica social que se les dirige desde otras posiciones ideológicas -las de aquellos “no revolucionarios dentro de la Revolución” a quienes se refería la célebre máxima[5] de 1961-; de su capacidad, no ya de tolerar, sino de propiciar la crítica social que de su propia gestión se hace desde el punto de vista de los mismos principios, ideales y valores que proclaman como propios, esto es, de ser los mecenas de la crítica socialista de su propia gestión; en fin, de su capacidad de asegurar que el intelectual, para publicar la verdad, no tenga que apelar al samizdat o tamizdat[6], esferas públicas diaspóricas y otros espacios culturales y mecenazgos extraterritoriales, ni exclusivamente al “elektronizdat” de estas tres últimas semanas[7], ni vencer “las dificultades de escribir de verdad” señaladas por Brecht en su célebre artículo de 1935. Pero mientras esta capacidad se vea dañada por la acción de las fuerzas políticas locales hostiles a la crítica social, el intelectual, para vencer esas dificultades, tendrá que dar muestras de las correspondientes cinco virtudes brechtianas: el valor de expresar la verdad, la perspicacia de reconocerla, el arte de hacerla manejable como un arma, el criterio para escoger a aquellos en cuyas manos ella se haga eficaz, y la astucia para difundirla ampliamente.  



[1] Navarro, Desiderio y Eduardo Heras León compiladores. La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión. Ciclo de conferencias organizado por el Centro Teórico Cultural Criterios, primera parte. Centro Teórico Cultural Criterios, La Habana, 2007

[2] Sin embargo, Comunistas tiene la información que a inicios de 2020 los intelectuales cubanos Margarita Mateo y Arturo Arango trabajaban en la compilación y edición de la segunda parte la cual tenía intervenciones mucho más críticas que las del primer volumen. Dicha tarea fue motivada por la presentación del 1er volumen el 28 de enero de 2020, en la inauguración de la Biblioteca Salvador Redonet.

[3] Navarro, Desiderio en La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión. Ciclo de conferencias organizado por el Centro Teórico Cultural Criterios, primera parte. Centro Teórico Cultural Criterios, La Habana, 2007 pp.21-23

[4] Salvo que se indique lo contrario, los subrayados son del autor.

[5] En 1961, debido a una polémica generada por la censura y secuestro de un film, más de cien intelectuales cubanos se reunieron con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional José Martí. En este encuentro, Fidel pronunciaría la polémica frase “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”.

[6] Tamizdat, neologismo ruso, construido por analogía con samizdat a partir de tam -allá- e izdat  -apócope de izdatelstvo, “editorial”- Designa las ediciones norteamericanas, euroccidentales, etc. de textos de autores soviéticos y de otros países del bloque socialista que, por designaciones gubernamentales, no podían ser publicados en sus respectivos países de origen. [Nota de Desiderio Navarro].

[7] En Cuba, la autorización e implementación del internet en los celulares y por tanto la masificación del acceso al internet tuvo lugar en el muy reciente diciembre de 2018. Anterior a esto, el internet era extremadamente restringido y, en realidad, el uso popular del internet en Cuba solo tuvo lugar entre 2019 y 2020, es decir, prácticamente ayer. Para cuando sucedió la polémica que dio paso al citado libro -2007-, el acceso a internet se encontraba estrictamente limitado a la alta dirección del país y embajadas. Sin embargo, el uso de la intranet en determinadas instituciones se había establecido y con ella los correos electrónicos. Esto también era muy limitado en alcance popular. Incluso, todavía en 2007, muy pocas personas podían acceder al intranet desde sus casas. Para hacerlo recibían la autorización y el equipamiento por parte de las instituciones donde trabajaban. La polémica que provocó la publicación del citado libro tuvo lugar a través de correos electrónicos los cuales casi artesanalmente se difundían en amplias listas. Conociendo esto se puede entender por qué el gobierno cubano aún no puede siquiera tolerar la existencia de una crítica en redes sociales. La masificación del internet significó que la burocracia cubana perdiera la hegemonía de la información y la propaganda política.


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