El modelo del año

 


Alex Callinicos

Contra el posmodernismo del intelectual trotskista inglés Alex Callinicos es un libro necesario para quien pretenda construirse una ideología marxista revolucionaria. Lo que pareciera una redundancia -marxismo revolucionario- desgraciadamente es una especificación necesaria: negar que el marxismo-leninismo no es marxismo solo habla de otro dogmatismo similar al propuesto por los manuales soviéticos.

En su imprescindible libro Sociedad civil y hegemonía, el filósofo cubano Jorge Luis Acanda califica al marxismo de los manuales soviéticos y sus derivados como “marxismo positivista[1]”. Al igual que el positivismo, el estalinismo construyó su discurso partiendo de lógicas binomiales donde todo era rojo o blanco, socialista o capitalista, marxista-leninista o revisionista. Por lo general, los autores marxistas a quienes el Kremlin excomulgaba descalificándolos como “revisionistas” eran precisamente quienes construían un marxismo revolucionario. Debido a ello, tras la caída de la Unión Soviética, miles de quienes abrazaron al dogmático marxismo-leninismo, al tener una lógica positivista concluyeron inmediatamente que el marxismo estaba acabado. Este razonamiento cobró fuerza dentro de no pocos intelectuales quienes, sin ser comunistas, habían visto en la Unión Soviética un paradigma socialista a seguir y, ante la desaparición de la URSS e incapaces de comprender lo sucedido, optaron por la primera propuesta que les satisficiera su crisis ideológica. Eso provocó que el postmodernismo, presentado como una novedad, provisionalmente cobrara gran fuerza, mientras que los manuales soviéticos entraban en un coma eterno.

Sin embargo, razón tenía Callinicos al apuntar en el presente artículo que “el posmodernismo se volverá más obviamente irrelevante. Mientras tanto, los socialistas revolucionarios deben denunciarlo como la abominación que es”.

Uno de los méritos del presente artículo -El modelo del año- es que Callinicos lo escribe en 1990 -publicado originalmente en Socialist Workers y reproducido en International Marxist Archive-, faltando solo un año para la caída de la Unión Soviética. Aunque la crisis que sufrieron las izquierdas en la década de los noventa solo se ha superado para caer en otras sucesivas crisis, el marxismo revolucionario se expandió y expande, presentándose cada vez más como el instrumento imprescindible para salir de la verdadera crisis: la existencia del capitalismo.  

Si bien Callinicos ha sido profusamente traducido al español[2] -aunque nunca lo suficiente-, en Cuba aún no ha sido publicado, resultando ser uno de esos típicos autores de los cuales se habla, pero no se conoce. Debido a la filiación política de Callinicos y su coherencia militante, costará trabajo que las editoriales cubanas -todas estatales y por tanto obligadas a recibir el nihil obstat del PCC- decidan un día publicar cualquier título del también dirigente trotskista.

Sin embargo, Trotskismo es uno de los libros de Callinicos que las editoriales hispanohablantes todavía no han asumido, siendo un texto necesario -complementario con Trotskismos, de Daniel Bensaïd- tanto para el especialista que pretende narrar la historia de las organizaciones herederas de Trotski, como para quien decida conocer del tema.

En Trotskismos, además, Callinicos critica la interpretación que hiciera Cornelius Castoriadis acerca del sistema económico y político de la Unión Soviética. Castoriadis es otro de los autores que enfrentó al posmodernismo, pero para ese entonces, ya el filósofo greco-francés se había alejado del marxismo.

Aunque el posmodernismo hoy es un fenómeno político-cultural ya ajeno a la realidad, en Cuba pareciera ser una teoría que vuelve a despertar interés. A su vez, diferentes voceros de la burocracia cubana emplean el término “posmodernista” como un descalificativo contra cualquiera voz crítica, intentando maquillar a la censura de cierto empaque intelectual. En tiempos de crisis ideológicas -como la que hoy vive Cuba- se desempolvan viejas teorías decadentes que, aparentan ser una nueva alternativa y en realidad son remanentes de un anciane regimen.

Comunistas se precia entonces de publicar la primera versión en español de El modelo del año. Sea esta publicación otro pequeño aporte de Comunistas para la construcción del marxismo revolucionario en la izquierda crítica cubana, ayudando a evitar que caducas propuestas parezcan nuevas.

Como mismo ninguna medida de la irreformable burocracia cubana sacará a la clase trabajadora de la crisis que sufre; tampoco “renovar” el lenguaje para “no asustar”, ni pactar con cualquier disidencia será la vía para la construcción de una nueva revolución: única solución a la crisis. Esa fue una de las principales características del postmodernismo: intentar suprimir las “grandes narrativas”, presentando como caduca toda terminología comunista.

De cierta manera, la burocracia cubana cae en actitudes similares al postmodernismo cuando trata de conciliar a las clases, suprimiendo de su discurso -y práctica- a Marx, Lenin e incluso Che. Es por esto mismo que la burocracia cubana y sus voceros han sido incapaces de explicarse tanto las masivas protestas del 11 de julio, como la secuencia de manifestaciones reivindicativas que han estallado en diferentes puntos del país; siendo la más reciente en Nuevitas donde la represión volvió a aparecer sin ningún pudor. El abandono del marxismo por parte de la burocracia provocó que se sorprendieran del 11 de julio y causará también que se asombren de otros hechos inevitables por los cuales atravesará Cuba.

La lucha de clases es porfiada y más aún las trabajadoras y trabajadores que la construyen cada día. Mientras el capitalismo intenta continuar privándonos de las grandes narrativas y de los pocos derechos conquistados durante siglos de lucha, la clase trabajadora continúa redescubriendo al marxismo revolucionario; incluso en los centros de poder imperialistas, expresándose en pequeñas grandes batallas como la expansión de sindicatos en Starbucks, Amazon y las huelgas en el sector de los ferrocarriles y puertos británicos.

 

El modelo del año

Alex Callinicos

El postmodernismo, observó recientemente The New York Times, es “la moda intelectual de la década de 1980 y, hasta ahora, de la década de 1990”. Es difícil encontrar algún aspecto de la vida cultural contemporánea que no se llame ‘posmoderno’.

La palabra se aplica a tantas cosas contradictorias que parece carecer de un significado definido. De hecho, el posmodernismo puede verse como la convergencia de tres elementos distintos.

El primero es la reacción que se ha desarrollado en los últimos 20 años al Modernismo, la gran revolución en las artes que tuvo lugar a principios de siglo.

La reacción ‘posmoderna’ es más obvia en el rechazo del ‘estilo internacional’: las losas alargadas que llegaron a dominar los centros de las ciudades después de la Segunda Guerra Mundial. La arquitectura ‘posmoderna’ representó un vuelo de la austeridad a la decoración, de la innovación a la tradición, de la racionalidad al humor, como en el caso de los bloques de oficinas decorados con pilares clásicos.

El posmodernismo implica, en segundo lugar, una corriente filosófica específica: lo que se conoció como posestructuralismo, en torno al grupo de filósofos franceses que se destacaron en la década de 1960, en particular, Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Michel Foucault.

Desarrollaron ciertos temas, el primero y más fundamental de los cuales fue el rechazo de la Ilustración. Este fue el proyecto formulado por una serie de pensadores franceses y escoceses en el siglo XVIII basados ​​en la idea de que la razón humana podía comprender y controlar el mundo natural y social, un proyecto que Marx buscó, críticamente, continuar.

La razón y la verdad, argumentan los postestructuralistas, son de hecho ilusiones. Las teorías científicas son perspectivas que reflejan intereses sociales particulares. La voluntad de saber, como dijo Foucault, es simplemente una forma de la voluntad de poder.

La realidad en sí misma es, de hecho, simplemente una colección caótica de fragmentos dominados por una lucha interminable por el poder que moldea la naturaleza y la sociedad por igual. Y el ser humano, como parte de esta realidad, carece de toda coherencia o control sobre sí mismo. Así, Foucault vio al sujeto humano individual como una masa de impulsos y deseos reunidos por las relaciones de poder prevalecientes dentro de la sociedad.

El tercer ingrediente del posmodernismo es la teoría de la sociedad posindustrial desarrollada por sociólogos como Daniel Bell a principios de la década de 1970. Bell argumentó que el mundo estaba entrando en una nueva época histórica en la que la producción material sería cada vez menos importante y el conocimiento la principal fuerza motriz del desarrollo económico.

El filósofo francés Jean-Francois Lyotard tomó esta idea y argumentó que, en la “condición posmoderna”, el conocimiento adquiere una forma cada vez más fragmentaria, abandonando toda pretensión de verdad o racionalidad.

Este cambio refleja lo que Lyotard llama “el colapso de las grandes narrativas”. El proyecto de la Ilustración, continuado por Hegel y Marx, que buscaban ofrecer interpretaciones de todo el curso del desarrollo histórico como una forma de mostrar las condiciones bajo las cuales se podía lograr la emancipación humana, ya no es creíble después de los desastres del nazismo y el estalinismo.

Entonces, en el centro del posmodernismo está la idea de un cambio sistemático, integral y muy reciente. El mundo ha entrado en una nueva época social y económica, acompañada de una transformación cultural: el arte posmoderno y una revolución filosófica: el posestructuralismo. De ahí la afirmación de Marxism Today de que vivimos en “Nuevos Tiempos”.

Nada de esto resiste un examen serio. Pero la idea de que vivimos en una nueva época se expone mejor si se considera la afirmación de que existe un arte posmoderno distintivo.

Probablemente la definición más conocida de arte posmoderno la ofrece el historiador de la arquitectura Christopher Jencks. El posmodernismo, dice, consiste en la ‘doble codificación’, es decir, la combinación de diferentes estilos en la misma obra de arte, por ejemplo, el clasicismo y el estilo internacional en el mismo edificio.

Esta es una afirmación extraña, ya que lo que Jencks llama “doble codificación” es una característica tan obvia del Modernismo. Así, James Joyce en Ulysses mezcla diferentes voces, estilos y lenguajes, un efecto capturado en poesía por T.S. Eliot en The Waste Land. La idea de un arte posmoderno distintivo se basa en una caricatura del modernismo.

La mejor definición de modernismo la ofrece Eugene Lunn en Marxism and Modernism. Él aísla cuatro características. En primer lugar, la 'autoconciencia estética': el arte moderno tiende a tratar sobre el proceso de creación artística en sí mismo; por lo tanto, Rememberance of Things Past de Marcel Proust reconstruye las experiencias que llevaron a la decisión de escribir la novela. En segundo lugar, 'simultaneidad, yuxtaposición o montaje': el arte moderno rompe el mundo de la experiencia cotidiana y luego lo vuelve a ensamblar en combinaciones nuevas e inesperadas.

En tercer lugar, “paradoja, ambigüedad e incertidumbre”: el arte moderno presenta un mundo que ya no tiene señales claras ni una estructura visible. Finalmente, la “deshumanización”: el individuo en el arte moderno ya no tiene el control de sus propios motivos y mucho menos del mundo mismo.

Ahora bien, lo extraño es que con frecuencia se afirma que todas estas características del modernismo son distintivas del arte posmoderno. Las novelas de Salman Rushdie, por ejemplo, se describen como posmodernas cuando en realidad son típicas del modernismo tal como lo define Lunn.

A menudo se argumenta que la diferencia radica en el hecho de que el Modernismo era elitista y groseramente optimista, mientras que el Postmodernismo es populista y pesimista en su enfoque. Pero esto implica una completa incomprensión del Modernismo como fenómeno histórico. El modernismo surgió a fines del siglo XIX, especialmente en aquellos países que experimentaron el impacto rápido y desigual del desarrollo del capitalismo industrial: Rusia, Alemania, Italia, Austria-Hungría. Puede verse como una respuesta a la penetración de todos los aspectos de la vida social por las relaciones mercantiles. La fragmentación general que esto implicó condujo al aislamiento del arte como una práctica social distinta y aparentemente autónoma.

El resultado fue una tendencia de los artistas, alienados del resto de la vida social, a centrarse en el arte mismo, a que el proceso de creación artística se convirtiera en objeto de arte. Esto generalmente implicaba una actitud irónica y desapegada de la realidad. El arte se convirtió en un refugio de un mundo social dominado por el fetichismo de la mercancía.

Esta actitud era compatible con todo tipo de compromisos políticos, desde el marxismo de Bertolt Brecht hasta el fascismo de Ezra Pound. El estado de ánimo predominante fue, sin embargo, el pesimismo resumido por T.S. Eliot cuando escribió en 1923 sobre "el inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea".

No obstante, el modernismo contenía un potencial radical. Su principal innovación técnica fue el montaje, la combinación de elementos distintos y aparentemente incompatibles en la misma obra.

Los collages cubistas llevaron esto hasta el punto de incorporar fragmentos del mundo real -fragmentos de madera o de periódico- en sus pinturas. El arte dejó de ser una ventana al mundo y se convirtió, al menos potencialmente, en parte del mundo. La implicación era romper la separación del arte y la vida social que había dado lugar al Modernismo en primer lugar.

Este potencial se hizo consciente de sí mismo en los movimientos de vanguardia que surgieron al final de la Primera Guerra Mundial: dadaísmo, surrealismo, constructivismo. Su objetivo era subvertir el arte como institución autónoma como parte de la lucha más general para revolucionar la sociedad.

‘Dada es el bolchevismo alemán’, dijo Richard Huelsenbeck. O, como dijo André Breton, poeta y filósofo surrealista en 1935: “Transformar el mundo”, dijo Marx; “cambiar la vida”, dijo Rimbaud [el poeta francés], estas dos consignas son para nosotros una y la misma.

Esta vinculación de la revolución social y artística fue posible gracias a circunstancias históricas específicas. Fue en el período de la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución Alemana de 1918-1923 cuando florecieron los movimientos de vanguardia. Los constructivistas rusos en particular – Maiakovski, Eisenstein, Rodchenko, Tatlin y muchos otros – pusieron su arte al servicio no solo de la propaganda revolucionaria, sino de la transformación de la vida cotidiana.

La derrota primero de la revolución alemana y luego de la rusa, por lo tanto, socavó la base de la vanguardia. El fascismo y el estalinismo los destruyeron, no sólo mediante la represión, sino eliminando las esperanzas de revolución social de las que dependía la realización del proyecto de vanguardia.

Se crearon así las condiciones para la incorporación del Modernismo al capitalismo a partir de la Segunda Guerra Mundial.

El Estilo Internacional que vino a llenar el horizonte urbano después de 1945 fue desarrollado por arquitectos como Mies van der Rohe, último director de la Bauhaus, que se creó después de la Revolución Alemana de 1918 para construir “Catedrales del Socialismo”.

Los desarrollos en diversas artes durante los últimos veinte años que se conocen como posmodernismo tienen poco en común más allá de una reacción al “modernismo tardío” incorporado que se convirtió en el estilo cultural dominante después de la Segunda Guerra Mundial.

Es mejor verlos como variantes del Modernismo que como una ruptura con él. No hay, por ejemplo, nada en la brillante película Blue Velvet de David Lynch, con su poderosa sensación de un mundo irracional de violencia y deseo que acecha bajo la superficie banal de la vida cotidiana, que hubiera sorprendido a los surrealistas.

Así como no existe un arte distintivamente posmoderno[3], tampoco estamos viviendo en una nueva época histórica. Los intentos más serios de hacer realidad esta última afirmación tienden a centrarse en la internacionalización del capital.

Pero mientras que el capital, sin duda, se ha integrado mucho más a nivel mundial en los últimos 20 años, el estado nación sigue desempeñando un papel económico vital. Sea testigo, por ejemplo, de los rescates del gobierno estadounidense primero al sistema bancario y ahora a la industria de ahorros y préstamos. Además, la internacionalización del capital no señala una fase nueva y estable de expansión capitalista; más bien ha sido un factor importante en la inestabilidad de la economía mundial desde fines de la década de 1960.

Dado que las afirmaciones del posmodernismo son falsas, ¿de dónde viene? ¿Por qué ha surgido la creencia generalizada de que vivimos en una época económica y cultural fundamentalmente nueva?

La recuperación de las economías capitalistas avanzadas de la recesión mundial de 1979-82 implicó una expansión de la demanda, basada en crédito fácil y mayor gasto público, que comenzó en los EE. UU. A principios de la década de 1980 y se extendió a Europa.

Entre los principales beneficiarios de esta recuperación se encontraba la ‘nueva clase media’ de gerentes y profesionales altamente remunerados. La década de 1980 fue la década en que floreció el Yuppie.

En segundo lugar, sin embargo, gran parte de la nueva clase media a la que le fue tan bien con la recuperación formaba parte de la generación de 1968.

Habían participado en la enorme radicalización de los jóvenes intelectuales en todo el mundo occidental durante el gran repunte de la lucha de clases de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Y también habían compartido el colapso de las esperanzas revolucionarias que tuvo lugar a mediados y finales de la década de 1970 cuando los trabajadores se vieron obligados a volver a la defensiva y gran parte de la extrema izquierda se desintegró.

El resultado fue el surgimiento de una capa social sustancial que es económicamente próspera y políticamente desilusionada. Ya no creen en la revolución (si es que alguna vez lo hicieron), pero tampoco tienen una fe incondicional en el capitalismo.

Esta actitud está bien resumida en la declaración de Lyotard de la quiebra de todas las ‘grandes narrativas’: ya no podemos creer en ninguna teoría global que nos permita tanto interpretar como cambiar el mundo.

Más que eso, el posmodernismo implica una “rutinización de la ironía”. La actitud irónica e indiferente hacia la realidad que era propiedad de un pequeño número de intelectuales altamente sofisticados cuando surgió el Modernismo a fines del siglo XIX ahora está disponible para todos, producida en masa como una forma de hacer frente a un mundo que, según creen los posmodernistas, puede ser ni transformado ni respaldado acríticamente.

Esto está relacionado con la adopción consciente de una actitud estética ante la vida. Nietzsche argumentó que la única respuesta apropiada a una realidad caótica era hacer una obra de arte de la propia vida, tratar de integrar todas las experiencias de uno en un todo significativo.

Esta fue una idea retomada por Foucault en sus últimos escritos, donde a menudo habla de una ‘estética de la existencia’. Esto también se convirtió en una parte rutinaria de la vida de la clase media en la década de 1980, en particular en el esfuerzo a través de la dieta, la vestimenta y el ejercicio para transformar el cuerpo en un signo de juventud, salud y movilidad.

La política del posmodernismo es mejor presentada por el filósofo estadounidense de moda Richard Rorty. Rorty da la bienvenida al surgimiento de una “cultura cada vez más irónica” dominada por ‘la búsqueda de la perfección privada’.

Debemos dejar de preocuparnos por conocer y cambiar el mundo y concentrarnos en cultivar las relaciones personales.

Central para el posmodernismo es la negación de que sea deseable o incluso posible comprometerse colectivamente para transformar el mundo.

Cómo diablos Rorty y Lyotard pueden explicar cómo los pueblos de Europa del Este se unieron para derrocar a sus gobernantes es una incógnita.

Estas revoluciones y eventos de los últimos meses sugieren que se acaba de abrir un nuevo capítulo en la “gran narrativa” de la emancipación humana. A medida que se desarrolla esta historia, el posmodernismo se volverá más obviamente irrelevante. Mientras tanto, los socialistas revolucionarios deben denunciarlo como la abominación que es.



[1] Acanda, Jorge Luis. Hegemonía y sociedad civil. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002 p.37

[2] En 2011 la editorial argentina Ediciones R y R publicó Contra el posmodernismo – título que junto a los libros de este intelectual británico Las ideas revolucionarias de Karl Marx y Un manifiesto anticapitalista la también argentina Colección Socialismo y Libertad publicó y divulgó en PDF -, a los que Igualdad, Los nuevos mandarines del poder americano y Contra la tercera vía

[3] Los subrayados son del Comité Editorial de Comunistas.