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Pablo

 

Por Frank García Hernández 

Dolor profundo: es la madrugada y me dan la noticia de que Pablo Milanés ha muerto. Con Pablo se va una edad y una época que no volverá más: un viaje del cual jamás regresaremos. Murió en Madrid, de madrugada, lejos de Cuba, como miles de cubanas y cubanos que han decidido irse.

Pablo nunca traicionó a Cuba, ni a la Revolución: criticó el proceso degenerativo de la burocracia cubana. Se adelantó a ver lo que iba a suceder. Entonces muchos no lo comprendimos.

Al menos hasta 2008, siempre en los primeros días de enero Pablo daba un concierto en el Teatro Karl Marx dedicado al aniversario del triunfo de la Revolución cubana -1 de enero, 1959-. Recuerdo una canción con la cual siempre cerraba esos conciertos: “creo en ti/como creo en Dios/ ¡Revolución!”. A fines de agosto de 2008 dio un concierto gratis en la Tribuna Antimperialista con canciones recordando a los cubanos emigrados y cantando a una Revolución que ya se iba. Después se demoró mucho en volver ¡Pero hay tantos que se van de Cuba estando en la isla!

Desde mi primer concierto de Pablo ya lo ayudaban a entrar al escenario. Yo tenía entonces 13 años: era el lejano 1995. También desde entonces se oía que Pablo hacía “declaraciones” criticando al gobierno de las cuales en realidad no sabíamos nada: en Cuba solo circulaba la prensa estatal y el internet no existía. Solo a inicios de la segunda década del siglo XXI comenzó a aparecer el internet en algunas instituciones. Para 2015 llegó la wifi -cara- a unas aisladas plazas. La wifi en la casa era en zonas muy reducidas y a precios imposibles de pagar por un trabajador. Solo en diciembre de 2018 se habilitó el internet en los celulares y por diferentes motivos, principalmente económicos, no fue hasta el último semestre de 2019 cuando se masificó. Es decir: de Pablo solo se sabían rumores y sus conciertos cada vez más esporádicos.

Por su parte, el gobierno cubano nunca atacó a Pablo Milanés, ni siquiera indirectamente. Todo se le perdonaba. Sin embargo, sobre él pesaba que a finales de los sesenta había sido recluido en las execrables Unidades Militares de Apoyo a la Producción y el rumor de que era gay en una sociedad marcada entonces por la homofobia y el machismo. Sumado a esto, en los noventa la Fundación Pablo Milanés fue cerrada por el gobierno y el trovador cubano comenzó a radicarse en España.

En julio de 2002, Silvio Rodríguez organizó un curso de verano sobre la trova cubana que tuvo lugar en la Universidad de La Habana. Por el anfiteatro Sanguily desfilaron los más importantes trovadores cubanos, menos Pablo. Cuando fui a pedirle a Silvio un autógrafo en el diploma acreditativo del evento, hice que su firma cayera sobre la imagen de Pablo. Silvio me miró fijo, pero firmó. Le pregunté por qué no había venido Pablo al evento: ‘yo invité a todos. Quien no vino fue porque no quiso o no pudo”.

Pero cada enero, las colas para comprar las entradas de los conciertos de Pablo seguían siendo inmensas. Nadie recriminaba nada a Pablo. Por su parte, Silvio estuvo años sin dar un concierto en Cuba. Sin embargo, cuando no tuvimos a Pablo presencialmente, de a poco regresó Silvio. Desde el 2011 hasta que apareció el Covid-19, Silvio cantaba cada mes en los barrios más humildes de La Habana y en ocasiones también en otras provincias. Llegaba con Víctor Casaus introduciendo el concierto y siempre traía invitados de alto reconocimiento cultural.

Ninguno de los dos eran -ni son- mejor que otro: los estúpidos que comparaban a Pablo y Silvio en esos niveles nunca comprendieron nada. Muchas veces ni siquiera los oían. Pablo y Silvio son raíces inseparables de la cultura cubana. Sin ellos, Cuba no existe. O al menos esa es la Cuba que intenta construirse el fundamentalismo de ultraderecha; fundamentalismo similar a quienes desde la mediocridad y el oportunismo han atacado a Pablo Milanés, incluso pocos días antes de su muerte. Por suerte no lo hizo ningún cubano. Por desgracia las instituciones cubanas de la cultura no condenaron esas ofensas a Pablo provenientes de alguien que defiende a la burocracia cubana, supuestamente porque defiende al socialismo. Son tristes y repugnantes quienes desde el extranjero y en la comodidad exigen a la clase trabajadora cubana que resista, atacando a quienes critican y llegando a ofender a la misma Cuba.

Quienes recientemente ofendieron a Pablo Milanés morirán en el olvido de la mediocridad. Imputarle a Pablo que había dejado de ser quien fue cuando él tenía 22 años es absurdo. Nadie conserva la cuestionable pureza de la adolescencia.

Sin morir, Pablo Milanés ya había sido absuelto por la historia. Esa burda mentira que es el oportunismo político se hunde bajo el peso de la música de Pablo Milanés. Cuba está en Pablo, en la diáspora cubana que lo recuerda, en quienes lo cantamos en sus conciertos, no importa lo que había dicho porque en realidad nunca dijo nada contra Cuba. A Pablo no hay nada que perdonarle y sí mucho que agradecerle. Gracias Pablo por hacer la Revolución.


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