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La izquierda marxista brasileña: apuntes para una crisis

 Por Frank García Hernández



El pasado 5 de enero Comunistas compartió un detallado y controversial artículo -publicado originalmente por Reagrupamiento Revolucionario- sobre la compleja situación que viven los trotskismos brasileños ante el gobierno de Lula. Ya Comunistas había hecho pública su posición sobre Lula desde el mismo día de las primeras elecciones donde el exlíder sindical enfrentó a Bolsonaro: que el gobierno ultraderechista de Bolsonaro cayese era urgente; que Lula ganase sería una triste noticia. En realidad el problema no es Lula, ni siquiera el PT: el problema es que el reformismo sigue hegemonizando la respuesta a la derecha y por tanto “perfeccionando” el capitalismo. O sea: el problema es el capitalismo.

Entonces ¿con quién debía estar la militancia trotskista? La segunda vuelta de las elecciones donde Bolsonaro podía salir del gobierno era decisiva. Asombrosa y desgraciadamente casi la mitad del electorado brasileño apoyaba a Bolsonaro. Por su parte, Lula -como todo el reformismo latinoamericano- está cada vez más conciliador. Quienes esperen de Lula las mismas posturas políticas de sus anteriores gobiernos se decepcionarán viendo a un PT que no se diferencia en casi nada de la derecha -algo que en el pasado ya era difícil de distinguir-.

Este es el ciclo natural del reformismo: como un objeto pendulante cae cada vez más al centro y al inmovilismo. Para mantenerse en el gobierno, los socialdemócratas toman medidas más reformistas y hacen alianzas con cualquier organización política. En una oleada de protestas el reformismo trata de tranquilizar a la gran burguesía demostrando que ellos son los únicos capaces de lograr la paz social. Ese ha sido, es y será el papel de Lula quien incluso se negaba a apoyar la consigna “Fora Bolsonaro” argumentando que el hoy expresidente brasileño no debía caer antes de concluir el mandato presidencial.

Ante esta situación, dentro del segundo partido de izquierda en Brasil, el Partido Socialismo y Libertad -PSOL- tuvo lugar el debate de si ser parte del gobierno o no. La tendencia que apoyaba la idea de ser gobierno estaba encabezada por el principal referente del PSOL, Guilherme Boulos. En contra de esta propuesta conciliadora con el PT se encontraba una mayoría encabezada por el histórico Movimiento de Izquierda Socialista -MES, por sus siglas en portugués-. La postura opuesta a ser gobierno la conformaban otras corrientes menores, que, como el MES, mayormente son trotskistas. La resolución final del PSOL fue apoyar a Lula en el parlamento, pero no ocupar ningún ministerio y así conservar la independencia política.

De esta manera, las organizaciones marxistas brasileñas se encuentran divididas en tres campos: las que decidieron ser la oposición de izquierda; las que apoyan al gobierno Lula incluso siendo parte de él; o, en el caso de las mencionadas corrientes trotskistas del PSOL, se enfrentan al dilema de no querer ser gobierno, pero tampoco oposición.

La situación excepcional de las organizaciones trotskistas negadas a ser oposición, pero tampoco gobierno hace que los lleve a un momento definitorio. Estos colectivos argumentan que no quieren formar parte de la oposición porque estarían junto a la derecha bolsonarista. Sin embargo, lo que ha caracterizado a los trotskismos es precisamente ser la oposición de izquierda. O sea: enfrentarse tanto a la derecha, como al reformismo. En algún momento la oposición de derecha terminará teniendo más coincidencias con el gobierno petista que Lula con el PSOL -siempre y cuando el PSOL continúe defendiendo los intereses de la clase trabajadora-. El más cercano ejemplo es el Frente de Izquierda de los Trabajadores – Unidad. En muchas más ocasiones la oposición derechista coincide con el gobierno de los Fernández que los peronistas con el FIT-U -por no hablar del constante enfrentamiento de los trotskismos argentinos contra todo tipo de derecha- ¿En qué pudieran coincidir el PSOL y la oposición bolsonarista? ¡En nada! Las propuestas del PSOL siempre irían en favor de la clase trabajadora y apoyarían al PT solamente en las medidas de beneficio social que tome el gobierno Lula. Básicamente esto es lo que plantea la mayoría del PSOL que se opuso a formar parte del gobierno. Sin embargo, no asumirse oposición con el argumento de no hacerle el juego a la derecha puede ser una táctica que los termine llevando a conciliar con el gobierno Lula.

El PSOL nació precisamente para ser la oposición de izquierda a Lula. Según Lula se consolidaba en su primer gobierno, la izquierda del PT iba siendo expulsada. De esa manera, en 2003, el MES salió expulsado, precisamente por oponerse a Lula dentro del PT.

En el afán de no quebrar al partido, los bolcheviques y mencheviques continuaron dentro del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso desde la primera ruptura -1903- hasta que en 1912, ya sabiéndose Lenin completamente seguro, impuso la orden de que solo su tendencia podía ser el POSDR. En aquel momento, Trotski intentó reunificar a los bolcheviques y el resto de las fracciones minoritarias. Cinco años después, el mismo Trotski se percataría de que era imposible mantener la unidad del POSDR. En 1917, al triunfar la Revolución de Febrero, los mencheviques formaron parte del llamado Gobierno Provisional, encabezado por el reaccionario Alexander Kerensky. Cuando Kerensky ilegalizó y persiguió a los bolcheviques, la mayor parte de los mencheviques no dudó en silenciarse e incluso apoyar la represión del gobierno burgués lanzada contra los seguidores de Lenin.

Sin llegar a la represión policial, algo similar sucederá: las izquierdas del PSOL terminarán chocando contra la minoría que proponía ser gobierno con Lula. Y principalmente chocarán con el gobierno petista. A lo largo del mandato o la izquierda del PSOL se escindirá, o serán separadas del partido; o por el contrario: Sergio Boulos y su minoría pro PT saldrán expulsados -caso que no quiera optar por voluntariamente crear su propia organización-. De lo contrario, las izquierdas del PSOL pueden terminar siendo -indirectamente- parte del gobierno Lula. Es muy difícil tomar la decisión de abandonar un partido. Aún más que lo decida toda una corriente. Que una corriente -en este caso cuatro organizaciones- rompa con el partido del cual forma parte, es un complicado y doloroso proceso que deja fuertes laceraciones, con graves consecuencias, no solo políticas, sino también personales.

Salvando las diferencias, algo similar ocurre hoy en Argentina dentro del Frente de Todos: el Partido Comunista Revolucionario condena el pacto con el FMI. Los también llamados “chinos” -en alusión a que el PCR se reconoce maoísta-, se oponen tanto a Alberto Fernández como a Cristina Fernández, denunciando que el gobierno argentino aplica un “brutal ajuste (…) a tono con el FMI”. Sin embargo, el PCR continúa siendo parte del Frente de Todos.

La lucha de clases tiene caminos a veces inesperados: el asumido trotskista Partido Piquetero -escindido del Partido Obrero porque supuestamente la dirección había tomado una postura democratizante- ahora acríticamente forma parte del Frente de Todos ¡Y el tan kichnerista PCR ahora critica a Cristina Fernández! Sin embargo, ambos tienen algo en común: continúan formando parte del Frente de Todos, la misma coalición política que aplica el brutal ajuste económico contra la clase trabajadora argentina.

Desde el Caribe es muy fácil hablar de la actual situación de los trotskismos brasileños: no somos nosotros quienes estamos dentro de un partido que decide no ser oposición, pero tampoco formar parte de un gobierno capitalista. Sin embargo en Cuba de cierta manera, muchos hemos vivido una situación similar: quienes mantienen una coherente postura crítica con la burocracia cubana o terminan renunciando al Partido Comunista o son expulsados de este.

En Francia, la escisión del Nuevo Partido Anticapitalista acabó de dar un ejemplo más de que se llega a un punto donde las diferencias políticas son irreconciliables. A los trotskismos del PSOL que se negaron a formar parte del gobierno -y dieron una fuerte pelea en la dirección nacional del partido para lograrlo- les quedará muy complicado oponerse a Lula, mientras no se decantan por una abierta oposición ¡La lucha de clases dirá!


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