¿Qué significa liberar las fuerzas productivas?

    Por Marcos Guzmán 

    En estos días de pandemia, vuelve a salir a la luz una de las más problemáticas cuestiones para el llamado “proyecto socialista” de nuestro país: el problema referente a la “liberación de las fuerzas productivas”. En la página web del periódico Granma, un artículo apunta que el presidente Díaz-Canel en reunión extraordinaria del Consejo de Ministros, declaró: “estaríamos dando respuesta a uno de los temas fundamentales que siempre hemos debatido en estos años, que es liberar definitivamente las fuerzas productivas en el país, y que esa liberación de las fuerzas productivas tenga un impacto en el desarrollo económico y social de la nación” como parte de las medidas de recuperación y enfrentamiento a la crisis. Tales enunciados son presentados de pasada, como si se tratara de un asunto insignificante.

En el modo de producción esclavista, la fuerza de trabajo estaba sometida a esclavitud, es decir: no era propiedad de los trabajadores que por tanto no tenían que ser retribuidos mediante salario.

El ambiente de distanciamiento social, además de la ambigüedad con que se comenta el tema en los medios, ha creado una incomprensión monstruosa alrededor de estas afirmaciones. Resulta que cierta parte de la población cree que esta liberación se refiere a la normalización de la actividad económica y productiva del país. ¿A qué se debe esta confusión? Nuestra teoría: el cubano promedio no sabe exactamente qué carajo son las fuerzas productivas.

En el feudalismo se establecían relaciones de muy distinta naturaleza entre el Señor (dueño de las tierras) y los siervos; como resultado de una coerción extraeconómica por la que el Señor extraía el excedente productivo al campesino. un siervo era una persona que servía en unas condiciones próximas a la esclavitud. La diferencia principal con respecto a un esclavo consistía en que, en general, no podía ser vendido por separado de la tierra que trabajaba y en que jurídicamente era un hombre libre.

Pues bien, para explicar esto hay que empezar reconociendo que dentro de toda forma de organización social, hay un hecho que permanece invariable. Para poder vivir, humanamente, hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse, y muchas otras cosas que la naturaleza no siempre ofrece del todo elaboradas. Por ello el ser humano necesita transformar la naturaleza a través de su actividad consciente y racional. A través del trabajo, produce los bienes indispensables para la satisfacción de estas necesidades, y de este modo reproduce su propia vida.

Durante la Revolución Industrial se sucedieron un conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de la historia de la humanidad que abrió el paso de una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio, a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada.

En este proceso, el ser humano crea los instrumentos de trabajo, que le facilitan la producción de dichos bienes. Estas necesidades básicas satisfechas, la acción de satisfacerlas y la adquisición de los instrumentos necesarios para ello, conducen a nuevas necesidades. Por lo que la humanidad se encuentra obligada a perfeccionar constantemente los instrumentos y técnicas de producción. En este proceso se devela una doble relación “natural”, por una parte, o sea, inherente a la actividad misma, y social por la otra, en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin.

Fábrica de Producción en Serie en la actualidad

Dejando de lado, por un momento, las diversas relaciones económico-sociales entre los múltiples sujetos, nos encontramos con que en el proceso de trabajo intervienen directamente: los instrumentos y medios de trabajo mediante los que actuamos sobre los objetos de la naturaleza habilitándolos para el consumo humano, es decir, máquinas de coser, tractores, tornos, molinos, fábricas de cloro, etc…; los objetos del trabajo, aquellos materiales sobre los que actúa nuestra actividad consciente, ya sea extraídos directamente de la naturaleza o sometidos a una transformación previa, o sea, las materias primas. En fin, los elementos materiales del proceso de trabajo llamados medios de producción. Para que los medios de producción cumplan con su finalidad, la satisfacción de necesidades humanas, es necesario que sean puestos en movimiento por la fuerza de trabajo del ser humano. Es decir, por nuestras capacidades físicas e intelectuales, así como nuestra formación profesional y experiencia productiva. Estos elementos que participan de manera directa y prácticamente natural de la relación entre el ser humano y la naturaleza, en su conjunto conforman las fuerzas productivas de la sociedad.

Trabajadores cubanos Ingenieros Hidráulicos. Foto: Juventud Rebelde

Pero ninguna persona es capaz de producir por sí sola todos los bienes que necesita para sustentarse y menos aún para mantener a una familia. Por lo que desde un primer momento los individuos entran en contacto y se asocian de diversas formas entre sí. Toda la riqueza material de una sociedad, aún aquella que consumimos personalmente, lejos de ser un producto individual, es un producto social. Incluso el pudín que hacemos un fin de semana en casa porque el pan, el azúcar, la vasija, el fogón y la cuchara han sido elaborados previamente por el resto de la sociedad.  De manera inevitable, en el proceso de producción, distribución, cambio y consumo de los bienes materiales, los individuos entran a ocupar un lugar determinado dentro de un sistema de relaciones sociales de producción. Todo el trabajo humano se desarrolló bajo estas relaciones, cuyo elemento constitutivo fundamental corresponde a las formas de propiedad sobre los medios de producción. Es decir, el modo que los individuos se apropian de los medios de producción y por consiguiente de los resultados del trabajo mancomunado de otros individuos.

Campesinos cubanos durante la siembra de caña de azúcar. Foto: La Demajagua

Esto parecerá una perogrullada de manual a más de uno, pero ayuda a explicar el significado de una expresión que, al parecer, el aislamiento social ha resemantizado en la imaginación popular. Lo cierto es que “liberar”, en este caso, tiene una connotación de índole económica completamente independiente a la coyuntura actual. Sí señores, lo que realmente está en juego, cuando hablamos de liberar las fuerzas productivas, son las relaciones sociales de producción.

Trabajadora cubana de la Industria Textil. Foto: Vanguardia

En Cuba, a mediados de los 90, debido a las vicisitudes provocadas por el Período Especial, fueron liberadas las fuerzas productivas en el sentido de aligerar las responsabilidades del Estado al permitir el autoempleo, es decir, aquellas modalidades de actividad privada que no explotan trabajo asalariado. Por tanto, en el estado actual de la cuestión, por liberar las fuerzas productivas solo podemos entender dos cosas. O se liberan las fuerzas productivas de la gestión centralizada de la burocracia estatal, abriendo paso a nuevos mecanismos de gestión obrera y democratizando el proceso de producción social, lo cual  constituiría un paso fundamental en la transición socialista al empoderar en su propio medio a la clase obrera; o se liberan en beneficio de la propiedad privada, fomentando las llamadas Pymes (pequeña y mediana empresa), y ampliando los límites de la acumulación privada. Este último es el sentido que se promueve hoy en nuestro país, lamentablemente.

Trabajadoras cubanas en la producción de ollas arroceras y multipropósitos. Foto: Vanguardia

Lamentablemente, porque, contrario a lo que muchos esperan, no solucionará los problemas de la mayoría trabajadora. Es importante tener en cuenta que la actividad privada en Cuba se desarrolla principalmente en el sector de los servicios. Esta forma de ocupación sustrae de la circulación bienes de consumo básicos para la población, como son los alimentos, y los devuelve sobreevaluados como si de artículos de lujos se tratase. La actividad directamente productiva, que descansa principalmente en manos de las empresas estatales, no cuenta con la infraestructura ni los recursos necesarios para satisfacer simultáneamente las necesidades del consumo de los hogares y de los negocios particulares. Ante la ineficiencia productiva del país, el estímulo y ampliación de las llamadas Pymes, no solo agudiza el crecimiento de la brecha social en Cuba, al permitir que unos cuantos lucren a costilla del trabajo ajeno y las necesidades del día a día de todos, sino que inevitablemente fomenta la corrupción y el robo de los recursos estatales, aumenta la apariencia de escasez y genera inflación, devaluando constantemente el salario real del pueblo trabajador.

Electricistas cubanos durante la instalación de servicios de electricidad en un poste. Foto: Portal web de la Empresa Eléctrica de Cuba

Quizás las fuerzas productivas requieran ser liberadas, pero no en la dirección designada desde las alturas, pues esta no representa de ninguna manera, menos aún en medio de una de las más poderosas crisis económicas de la historia, una solución satisfactoria para la mayoría de nuestra clase trabajadora. Por el contrario, dificultará su batalla diaria por la supervivencia, poniéndola a merced de la escasez y la inflación, fenómenos que ningún aumento salarial será capaz de solucionar.