La Revolución cubana y sus caminos – sobre la importancia histórica de Fidel Castro-

Por: Flo Menezes





El momento por el que atraviesa la humanidad es especialmente cruel y dramático. Junto al aumento de la pobreza asciende la ultraderecha y su hermano de sangre, el neoliberalismo. Asistimos casi indefensos a la destrucción del planeta y al cataclismo climático como resultado de la hegemonía mundial del capitalismo y la incapacidad de la izquierda para organizarse fuertemente tanto a nivel internacional como en diferentes países. En noviembre de 2020, se cumplirán cuatro años de que el mundo no convive con la figura viva de Fidel Castro. El pasado mes de agosto, se cumplieron 80 años del asesinato de León Trotsky, cuya obra de indiscutible amplitud y actualidad, se consolida cada vez más como el legado más imprescindible del marxismo revolucionario del siglo XX.

Uno de los graves problemas que corrobora la falta de articulación de la izquierda revolucionaria mundial para organizarse internacionalmente y enfrentarse al capitalismo es la inaptitud de las diversas tendencias de izquierda, especialmente las que reclama el propio Trotskismo, de desarrollar una discusión pluralista, en el marco de la construcción de una nueva Internacional, capaz de coordinar acciones globales y coyunturales de las clases trabajadoras. En este contexto, hay un exceso de tabúes a superar y el etiquetado inmediato es recurrente, actitud que de ninguna manera contribuye al debate y la construcción del internacionalismo revolucionario.

El primer punto que hay que reconocer es que la Revolución camina desde situaciones concretas, en una intrincada mezcla de teoría revolucionaria y espontaneidad de los procesos sociales. En este sentido, se reinventa y hay que añadir al legado de Trotsky el de Rosa Luxemburgo. Ahí radica uno de los errores más dañinos de esta necesaria articulación internacionalista: la clasificación de la Revolución Cubana, si no por todos, al menos por la mayoría de los grupos trotskistas, como una Revolución no Comunista, que algunos tildan de “pequeñoburguesa”. Por otro lado, la clasifican como “obrera”, y no como campesina.

Ahora bien, la contradicción es clara. Por un lado, se niega que la Revolución Cubana fue esencialmente campesina y que contradecía la teoría bolchevique, pues se llevó a cabo bajo la dirección de una guerrilla rural que, desde la Sierra Maestra, descendió y se apoderó de las ciudades. Basta con analizar los hechos históricos y leer el inicio de La Guerra de Guerrillas del Che Guevara para dar fe de que es todo lo contrario. 

Ciertamente, había una clase obrera incluso en medio del campo, ocupando gran parte de los ingenios azucareros de la Isla con su fuerza de trabajo, y los trabajadores contribuyeron mucho al proceso revolucionario, pero es evidente que la organización guerrillera, campesina y agraria fue la que guió el proceso revolucionario cubano con su liderazgo indiscutible. El excelente libro  Cuba – Anatomía de una Revolución, de Paul Zweezy y Leo Huberman, lo demuestra bien, pero los autores son pronto etiquetados como “burgueses” por las tendencias trotskistas que se niegan a reconocer la evidencia de los hechos históricos.

Por otro lado, se dice que el programa de Movimiento 26 de Julio (M-26-7) era un movimiento "pequeñoburgués" con antecedentes nacionalistas. Basta reanudar la sana polémica entre Rosa y Lenin, para asegurarse de que la bandera del nacionalismo, en la visión macro de Luxemburgo como esencialmente conservadora, pueda, según la visión leninista, servir como escenario estratégico de la lucha revolucionaria internacionalista. Ambos tenían razón, y la adopción de una lucha por la emancipación nacional adquirirá, por tanto, siempre un contenido más o menos revolucionario a la vista de las condiciones concretas en las que se presenta. ¡No es porque reafirmó como su precursor a José Martí y no a Lenin, que el M-26-7 puede ser catalogado como no-marxista!

Además, existe una grave contradicción cuando se intenta catalogar a la Revolución Cubana como obrera, precisamente porque derrocó al imperialismo en la Isla, y por otro lado como pequeñoburguesa, teniendo en cuenta su evidente liderazgo agrario y campesino. Ahora, por un lado, quieren enmarcar la Revolución, ya que salió victoriosa, en el marco de la fórmula bolchevique de la Revolución Obrera, pero por otro lado, se renuncian a eso para clasificarla inmediatamente como no-comunista. Se le acusa de pequeñoburguesa también por haber sido dirigida por hombres de la pequeña burguesía, como si Marx, Lenin, Trotsky, Rosa y tantos otros no lo hubieran sido. La Revolución Cubana fue fundamentalmente diferente de la bolchevique, pero fue tan comunista como esta y su autenticidad debe reconocerse.

Son las acciones las que cuentan. Basta con mirar el programa del M-26-7 para estar seguro de su contenido francamente revolucionario. Se alega contra el carácter comunista de la Revolución cubana mencionando a la progresista Constitución de 1940, burguesa en sí y concebida en el marco del capitalismo. Para ello, se acude, además, al hecho de que se preveían ciertas indemnizaciones en los procesos de expropiación de tierras. Fidel enunció, entre líneas, que la intención sería “no despojar a nadie de lo que legítimamente posee e indemnizar a cada uno de los afectados”. Pero, se olvida de preguntar: ¿qué capitalista “legítimamente” posee sus tierras?

La formulación de Fidel es deliberadamente dudosa. El nombramiento temporal de un Presidente de Cuba, luego del triunfo de la Revolución, debe ser visto también desde la perspectiva de una estrategia para evitar reacciones en cadena, que amenazaran la Revolución, y asegurar la implementación efectiva de las medidas comunistas en la Isla.



Hoy en Brasil, tomados por la imbecilidad neofascista de Bolsonaro y sus cómplices, evocamos la defensa de la Constitución de 1988 y clamamos por los Derechos Humanos, una Constitución burguesa, pero tal consigna constituye solo un paso necesario para enfrentar los graves retrocesos por los que el país pasa. Cualquier revolucionario sabe que lo que buscamos está mucho más allá del marco de esta constitucionalidad burguesa y reformista. Aún así, la bandera actual sigue siendo de gran utilidad estratégica, como “programa mínimo” a defender en las circunstancias más adversas. En el caso de la Cuba de 1959, se puede argumentar que la Revolución ya estaba en marcha, pero la estrategia de asumir un programa mínimo y necesario ante las amenazas imperialistas constituyó una vía para implementar su carácter socialista. La Revolución no es un hecho terminado, es un proceso permanente.

Ciertamente, la figura de Fidel no está exenta de contradicciones. Aunque tal hazaña no lo exime de sus responsabilidades, él mismo insistió en que las Revoluciones comprenden errores y equivocaciones, en un proceso dinámico que genera situaciones dramáticas y contradictorias. Su problemática relativización del papel dañino y los errores de Stalin, en raras ocasiones, debe verse bajo esta luz, encerrada en su determinación desesperada y acérrima de preservar las conquistas comunistas de las que fue, junto al Che, el gran líder. A esta situación francamente adversa en Cuba, se debió la necesidad de alianzas con el estalinismo con el que tuvo que hacer problemáticas concesiones, y lo mismo se puede decir de sus alianzas con el reformismo o con fuerzas progresistas, como sucedió notablemente con Chávez en Venezuela o con Lula en Brasil. Si en Brasil luchamos contra el reformismo de Lula, es necesario entender, desde la perspectiva cubana de Fidel, que esa alianza era estratégicamente necesaria y que, incluso desde la perspectiva brasileña, este aspecto de la política exterior de Lula fue uno de sus puntos más positivos, sin dejar de criticar ni un segundo la política reformista y capitulacionista de este.



La izquierda revolucionaria internacionalista necesita bajar de su pedestal, abdicar de su arrogancia y recordar que “dudar de todo” era la gran máxima de Marx, junto con su evocación del lema de Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”. En este contexto hay que reconocer el enorme papel simbólico que juegan la figura de Fidel Castro y Cuba para el movimiento comunista internacional. No será necesario bajar del pedestal la figura del propio Fidel, porque, siguiendo su deseo, no hay, al menos por ahora, ni una estatua en su honor en Cuba. Sus ideas están disponibles para el debate, pero ciertamente no están en el lado opuesto del internacionalismo revolucionario, ya sea que este internacionalismo se clasifique como trotskista, leninista, luxemburguista o con cualquier otra etiqueta.

Quizás en este sentido, es más que urgente una Nueva Internacional, que respire ideas y sirva de instrumento para las articulaciones de una izquierda revolucionaria mundial que logre coordinar acciones contra el capitalismo que azota el planeta.

¡Por la Defensa Incondicional de Cuba! ¡Por la V Internacional!


Flo Menezes Miembro del Comité Internacional Mário Pedrosa, organizador del II Encuentro Internacional León Trotsky, São Paulo, Brasil, programado para agosto de 2021