“¡Chino, no asomes tanto la cabeza!”, le gritó en plena
calle monseñor Plaza al intendente peronista de La Plata, Rubén Cartier. Era
1975 y faltaba poco para que el también historiador Rubén Cartier, de ojos
achinados, pero de ascendencia francesa, fuera asesinado por el grupo
paramilitar Concentración Nacional Universitaria -organización armada de la ultraderecha
peronista-.
Aunque el gobierno y el intendente eran peronistas -por
lo cual con mayor razón las fuerzas policiales debían haber protegido al dirigente
platense-, días atrás la familia de Cartier había tenido que esconderse en la
zona rural de Magdalena. Nadie sabía de esa casa a donde solo iban a dormir
Rubén Cartier, su esposa y la pequeña hija, aún bebé. En sus últimos días, más
que intendente peronista, Cartier vivía como un opositor perseguido por una
dictadura militar.
Sin llegar a ser montonero, Cartier, viejo militante
peronista, había girado demasiado a la izquierda. Desde su toma de posesión y a
lo largo de su mandato hablaba insistentemente del socialismo nacional, intentaba
establecer estrechos vínculos con el gobierno cubano y se enfrentaba al gobernador
derechista de provincia Buenos Aires, Víctor Calabró. Pero sobre todo,
trabajaba para evitar el golpe militar con el cual Calabró conspiraba
abiertamente.
El asesinato fue en Sarandí, mientras Cartier iba de La
Plata a Buenos Aires. Los asesinos dispararon contra el auto en movimiento de
Cartier desde “una camioneta Chevrolet (…) y un Ford Falcon 1974”. Cartier murió en el atentado y de sus tres acompañantes,
solo fallecería el director de Tránsito de La Comuna, Manuel Balverde, sobreviviendo
pocas horas hospitalizado. Por su parte, Alfredo Otero, secretario del
intendente sufriría heridas leves, mientras que el chofer, Edgardo Villalba, sorprendentemente, quedaría ileso.
El Chino Cartier no había logrado consumar su propósito:
iba a Buenos Aires para reunirse con el entonces gobernador de La Rioja, Carlos
Saúl Menem. La reunión se haría para crear una alianza política de gobernadores
e intendentes que impidiera el golpe militar. Cartier era un problema para las
intenciones golpistas de Calabró y había que eliminarlo: no importaba si el
intendente, al igual que el gobernador, fuera peronista.
Sospechosamente, no fue hasta 2008 que Menem habló por
primera vez de la non nata reunión con Rubén Cartier. Esporádicamente, lo único
que hacía Menem por Cartier era ir a La Plata cuando se le celebra misa al asesinado
intendente, pero nunca inició la investigación por el fatal atentado contra su
compañero de causa.
El mismo silencio continuó bajo los Kirchner, al punto
que el principal coordinador del asesinato, Carlos Ernesto Castillo - el Indio-, solo fue juzgado durante el gobierno de Macri.
A pesar de que el profesor de historia Rubén Cartier
muriera intentando evitar el golpe militar, no es una figura vindicada por el
peronismo. Este 14 de julio, cuando se cumplen 48 años de su asesinato, Página
12 no publicará ningún artículo sobre él y ningún referente peronista lo
mencionará: ni siquiera en un tuit.
¿Por qué esta actitud de quienes el mes pasado hicieron
un show politiquero develando uno de los aviones de la muerte? ¿Por qué
Cristina Fernández y compañía no iniciaron la investigación para juzgar a los asesinos
de Cartier? La respuesta es sencilla: los asesinos de Cartier eran peronistas.
La inevitable derechización del nacionalismo
¿Fue una traición del peronismo el crimen cometido contra
Rubén Cartier, su posterior impunidad y olvido por parte de la cúpula
justicialista? A primera vista no hay dudas de que lo es. Los dirigentes
peronistas a duras penas se limitaron a honrarlo en pequeños espacios políticos,
permitieron que los asesinos de Cartier continuaran militando en el justicialismo
y jamás iniciaron un proceso legal a los criminales. Sin embargo, el asesinato
de Cartier forma parte del inevitable rumbo político de todo nacionalismo: de
cierta manera, el atentado contra el intendente platense fue una reacción lógica
de la deriva derechista del nacionalismo. Cuando el nacionalismo consuma su
proceso de derechización, todo vestigio de izquierda es suprimido por cualquier
medio. No es extraño entonces que el estalinismo, degeneración nacionalista del
marxismo, use y haya normalizado las mismas prácticas represivas contra toda
disidencia de izquierdas.
Si durante los sesenta y setenta en las luchas anticolonialistas
el nacionalismo pudo tener un papel revolucionario, al no ser superado por una
revolución socialista, terminó mostrando su rostro represor burgués. Y es que
el nacionalismo es el discurso político inherente al nacimiento de la burguesía
nacional, quien pretende conservar sus intereses económicos ante la competencia
extranjera. Cuando la clase trabajadora que una vez se vio identificada con el
nacionalismo para expulsar al colonialista, intenta reclamar sus intereses, el
nacionalismo, aunque sea su expresión de izquierda, terminará reprimiéndola. En
la Guinea de Sekou Touré, quien se orientó hacia Cuba y la Unión Soviética,
rompiendo con Francia -la ex metrópoli- y Estados Unidos, cuando los obreros
del puerto realizaron huelgas, fueron reprimidos, a lo que siguió la ruptura de
relaciones con el Kremlin. Muy lejos estaba la Unión Soviética de intentar
promover la caída de Sekou Touré, pero el caudillo nacionalista guineano supo comprender
el papel revolucionario del marxismo: un peligro para mantener a la burguesía
nacional en el poder.
Primero el reparto territorial, después la exportación de
capital y el control político-económico sobre otros países, convirtiéndolos en
neocolonias, es el decurso de las potencias imperialistas. Pero esto es algo
que solo se construye con el discurso nacionalista. Ni los socialdemócratas cuando
llegan al gobierno en las potencias imperialistas pueden desprenderse del discurso
nacionalista pues es inherente a la clase que representan: la burguesía. Gramsci
decía que la socialdemocracia es el ala derechista del movimiento obrero, pero
sobre todo, la socialdemocracia es el instrumento del nacionalismo burgués para
controlar a la clase trabajadora.
El peronismo nació como otro de los movimientos de masas
latinoamericanos impulsados por un caudillo militar, los cuales atravesaron
momentos de radicalización, para terminar siendo hoy la expresión consumada del
nacionalismo burgués. Si Perón encabezó el justicialismo en Argentina, en Brasil
fue el general Getulio Vargas con el trabalhismo -del cual Lula es heredero- y en
México, el también general Cárdenas, principal referente político de Andrés
Manuel López Obrador.
El falso peronismo de izquierda está representado hoy por Juan Grabois quien ni siquiera hace ninguna mención al socialismo nacional: ni él,
ni los militantes del peronismo. Por el contrario, Cristina Kirchner insiste
públicamente que el capitalismo es el sistema más eficiente y lo otro son solo
utopías. Página 12, medio de prensa que sin ser oficialmente peronista, lo es
en acto y discurso, llegó a limitar el término izquierda al FIT-U. El
discurso de Cristina Kirchner, Sergio Massa y compañía habla de evitar que la
derecha llegue al poder, pero no que la izquierda se mantenga en el gobierno,
menos aún que se radicalice. Cristina y Massa no han traicionado al socialismo
nacional, sino que, como inevitable decurso político del nacionalismo, despojaron
al peronismo de todo vestigio izquierdista.
Es por ello que solamente desde la izquierda se puede
denunciar el asesinato de Rubén Cartier, crimen cometido exactamente 48 años
atrás: un 14 de julio, pero de 1975. Morir un 14 de julio, día de la toma de la
Bastilla, debe ser algo muy simbólico para un historiador como lo era Rubén
Cartier. Morir un 14 de julio para el intendente peronista Rubén Cartier es
también símbolo de que las revoluciones burguesas no existen más. El
nacionalismo, intrínsecamente burgués, a duras penas puede ser un movimiento de
masas que se constituye fundamentalmente como instrumento apaciguador de la
lucha de clases. Quizá el Chino Rubén Cartier, viendo hoy a su hija trotskista,
hubiera comprendido que solo desde el socialismo internacionalista la clase
trabajadora podrá lograr su propia liberación.
Dibujo realizado por un alumno de Rubén Cartier