El asesinato de Rubén Cartier o la inevitable deriva ultraderechista del nacionalismo

 


por Frank García Hernández

“¡Chino, no asomes tanto la cabeza!”, le gritó en plena calle monseñor Plaza al intendente peronista de La Plata, Rubén Cartier. Era 1975 y faltaba poco para que el también historiador Rubén Cartier, de ojos achinados, pero de ascendencia francesa, fuera asesinado por el grupo paramilitar Concentración Nacional Universitaria -organización armada de la ultraderecha peronista-.

Aunque el gobierno y el intendente eran peronistas -por lo cual con mayor razón las fuerzas policiales debían haber protegido al dirigente platense-, días atrás la familia de Cartier había tenido que esconderse en la zona rural de Magdalena. Nadie sabía de esa casa a donde solo iban a dormir Rubén Cartier, su esposa y la pequeña hija, aún bebé. En sus últimos días, más que intendente peronista, Cartier vivía como un opositor perseguido por una dictadura militar.

Sin llegar a ser montonero, Cartier, viejo militante peronista, había girado demasiado a la izquierda. Desde su toma de posesión y a lo largo de su mandato hablaba insistentemente del socialismo nacional, intentaba establecer estrechos vínculos con el gobierno cubano y se enfrentaba al gobernador derechista de provincia Buenos Aires, Víctor Calabró. Pero sobre todo, trabajaba para evitar el golpe militar con el cual Calabró conspiraba abiertamente.

El asesinato fue en Sarandí, mientras Cartier iba de La Plata a Buenos Aires. Los asesinos dispararon contra el auto en movimiento de Cartier desde “una camioneta Chevrolet (…) y un Ford Falcon 1974”.  Cartier murió en el atentado y de sus tres acompañantes, solo fallecería el director de Tránsito de La Comuna, Manuel Balverde, sobreviviendo pocas horas hospitalizado. Por su parte, Alfredo Otero, secretario del intendente sufriría heridas leves, mientras que el chofer, Edgardo Villalba, sorprendentemente, quedaría ileso.

El Chino Cartier no había logrado consumar su propósito: iba a Buenos Aires para reunirse con el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Saúl Menem. La reunión se haría para crear una alianza política de gobernadores e intendentes que impidiera el golpe militar. Cartier era un problema para las intenciones golpistas de Calabró y había que eliminarlo: no importaba si el intendente, al igual que el gobernador, fuera peronista.

Sospechosamente, no fue hasta 2008 que Menem habló por primera vez de la non nata reunión con Rubén Cartier. Esporádicamente, lo único que hacía Menem por Cartier era ir a La Plata cuando se le celebra misa al asesinado intendente, pero nunca inició la investigación por el fatal atentado contra su compañero de causa.

El mismo silencio continuó bajo los Kirchner, al punto que el principal coordinador del asesinato, Carlos Ernesto Castillo - el Indio-, solo fue juzgado durante el gobierno de Macri.

A pesar de que el profesor de historia Rubén Cartier muriera intentando evitar el golpe militar, no es una figura vindicada por el peronismo. Este 14 de julio, cuando se cumplen 48 años de su asesinato, Página 12 no publicará ningún artículo sobre él y ningún referente peronista lo mencionará: ni siquiera en un tuit.

¿Por qué esta actitud de quienes el mes pasado hicieron un show politiquero develando uno de los aviones de la muerte? ¿Por qué Cristina Fernández y compañía no iniciaron la investigación para juzgar a los asesinos de Cartier? La respuesta es sencilla: los asesinos de Cartier eran peronistas.

 

La inevitable derechización del nacionalismo

¿Fue una traición del peronismo el crimen cometido contra Rubén Cartier, su posterior impunidad y olvido por parte de la cúpula justicialista? A primera vista no hay dudas de que lo es. Los dirigentes peronistas a duras penas se limitaron a honrarlo en pequeños espacios políticos, permitieron que los asesinos de Cartier continuaran militando en el justicialismo y jamás iniciaron un proceso legal a los criminales. Sin embargo, el asesinato de Cartier forma parte del inevitable rumbo político de todo nacionalismo: de cierta manera, el atentado contra el intendente platense fue una reacción lógica de la deriva derechista del nacionalismo. Cuando el nacionalismo consuma su proceso de derechización, todo vestigio de izquierda es suprimido por cualquier medio. No es extraño entonces que el estalinismo, degeneración nacionalista del marxismo, use y haya normalizado las mismas prácticas represivas contra toda disidencia de izquierdas.

Si durante los sesenta y setenta en las luchas anticolonialistas el nacionalismo pudo tener un papel revolucionario, al no ser superado por una revolución socialista, terminó mostrando su rostro represor burgués. Y es que el nacionalismo es el discurso político inherente al nacimiento de la burguesía nacional, quien pretende conservar sus intereses económicos ante la competencia extranjera. Cuando la clase trabajadora que una vez se vio identificada con el nacionalismo para expulsar al colonialista, intenta reclamar sus intereses, el nacionalismo, aunque sea su expresión de izquierda, terminará reprimiéndola. En la Guinea de Sekou Touré, quien se orientó hacia Cuba y la Unión Soviética, rompiendo con Francia -la ex metrópoli- y Estados Unidos, cuando los obreros del puerto realizaron huelgas, fueron reprimidos, a lo que siguió la ruptura de relaciones con el Kremlin. Muy lejos estaba la Unión Soviética de intentar promover la caída de Sekou Touré, pero el caudillo nacionalista guineano supo comprender el papel revolucionario del marxismo: un peligro para mantener a la burguesía nacional en el poder.

Primero el reparto territorial, después la exportación de capital y el control político-económico sobre otros países, convirtiéndolos en neocolonias, es el decurso de las potencias imperialistas. Pero esto es algo que solo se construye con el discurso nacionalista. Ni los socialdemócratas cuando llegan al gobierno en las potencias imperialistas pueden desprenderse del discurso nacionalista pues es inherente a la clase que representan: la burguesía. Gramsci decía que la socialdemocracia es el ala derechista del movimiento obrero, pero sobre todo, la socialdemocracia es el instrumento del nacionalismo burgués para controlar a la clase trabajadora.

El peronismo nació como otro de los movimientos de masas latinoamericanos impulsados por un caudillo militar, los cuales atravesaron momentos de radicalización, para terminar siendo hoy la expresión consumada del nacionalismo burgués. Si Perón encabezó el justicialismo en Argentina, en Brasil fue el general Getulio Vargas con el trabalhismo -del cual Lula es heredero- y en México, el también general Cárdenas, principal referente político de Andrés Manuel López Obrador.

El falso peronismo de izquierda está representado hoy por Juan Grabois quien ni siquiera hace ninguna mención al socialismo nacional: ni él, ni los militantes del peronismo. Por el contrario, Cristina Kirchner insiste públicamente que el capitalismo es el sistema más eficiente y lo otro son solo utopías. Página 12, medio de prensa que sin ser oficialmente peronista, lo es en acto y discurso, llegó a limitar el término izquierda al FIT-U. El discurso de Cristina Kirchner, Sergio Massa y compañía habla de evitar que la derecha llegue al poder, pero no que la izquierda se mantenga en el gobierno, menos aún que se radicalice. Cristina y Massa no han traicionado al socialismo nacional, sino que, como inevitable decurso político del nacionalismo, despojaron al peronismo de todo vestigio izquierdista.

Es por ello que solamente desde la izquierda se puede denunciar el asesinato de Rubén Cartier, crimen cometido exactamente 48 años atrás: un 14 de julio, pero de 1975. Morir un 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, debe ser algo muy simbólico para un historiador como lo era Rubén Cartier. Morir un 14 de julio para el intendente peronista Rubén Cartier es también símbolo de que las revoluciones burguesas no existen más. El nacionalismo, intrínsecamente burgués, a duras penas puede ser un movimiento de masas que se constituye fundamentalmente como instrumento apaciguador de la lucha de clases. Quizá el Chino Rubén Cartier, viendo hoy a su hija trotskista, hubiera comprendido que solo desde el socialismo internacionalista la clase trabajadora podrá lograr su propia liberación.

Dibujo realizado por un alumno de Rubén Cartier