Joe Biden y el futuro de las reformas en Cuba

Negarse a restablecer las relaciones económicas con Estados Unidos es defender el bloqueo. Pero, el nuevo encuentro de La Habana con Washington debe realizarse desde una perspectiva crítica y marxista.

 


por Reinier Herrera, profesor de enseñanza secundaria en el municipio Manuel Lazo, Pinar del Río

 

Este sábado 7 de noviembre, cuando se conmemoraba el 103 aniversario de la llegada de los bolcheviques al poder, Joe Biden ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, y no pocos lo han celebrado como si fuera el triunfo de una Revolución.

No es difícil estar a la izquierda de Donald Trump, pero creer que el Partido Demócrata se ha convertido en un partido de izquierda es tan reduccionista como entender que demócratas y republicanos son “el mismo perro con diferente collar”; una frase popular empleada en Cuba, la cual anula todo análisis objetivo sobre la situación actual.

Sin embargo, no deja de ser cierto que, para estos comicios, el Partido Demócrata ha presentado el más radical de sus programas políticos. Ha aprovechado la polarización generada  por el discurso de Donald Trump y la forma desastrosa en que el mandatario estadounidense manejó el coronavirus. Debido a ello, la campaña de Joe Biden se centró en prometer políticas públicas y apoyar a las trabajadoras y trabajadores. 

 


 

Para consolidar estas propuestas, la Convención Demócrata debatió y aprobó en julio pasado el documento titulado Plataforma Política, el cual se redacta y modifica en cada elección presidencial. Esta vez, aunque Bernie Sanders no pudo ser el candidato presidencial del partido, sí logró hacer la suficiente presión para impactar en el texto del programa demócrata.

Como muestra de ello, el primer, segundo y tercer capítulo de la Plataforma se titulan “Proteger a los Trabajadores y las Familias y Crear Millones de Empleo a través de los Estados Unidos”, “Aumentar los Salarios y Promover los Derechos de los Trabajadores” y “Promulgar Políticas Sólidas de Trabajo y Familia”.

El documento, entre consignas chovinistas, insiste en promover políticas sociales, como la educación y la salud, no solo de manera general, sino puntualizando en aspectos como la eliminación de las “desigualdades de salud raciales, de género y geográficas” o “proteger la salud de los nativos americanos”, llegando incluso a emplear varias veces el término “clase trabajadora”. 

 


Respecto a la política exterior, la Plataforma Política anuncia que “en lugar de ocupar países y derrocar regímenes para prevenir ataques terroristas, los demócratas tendremos como prioridad usar herramientas diplomáticas (…)”. Algo que dista mucho de la política guerrerista de la primera época Obama, cuando la secretaria de Defensa -y candidata demócrata derrotada por Donald Trump-, Hillary Clinton celebraba la muerte de Muammar El-Gadafi como resultado de sus conquistas imperiales.

El tema Cuba

Es cierto que con anterioridad al mandato del presidente Obama, Estados Unidos había tanteado restablecer vínculos diplomáticos con Cuba, como fue durante Keneddy, Carter y Clinton. Sin embargo, Washington no tenía entonces mucho que ganar. En cambio, Fidel Castro obtendría reconocimiento y legitimidad política.  


 

Sin embargo, hoy, a diferencia de los años sesenta, setenta, ochenta, noventa y la primera década del siglo XXI, Cuba aparece como un atractivo mercado, dispuesta a recibir todo tipo de inversión extranjera y con el valor agregado de encontrarse a unas pocas millas de Estados Unidos. Además, la isla posee una mano de obra muy bien calificada, seguridad ciudadana, sindicatos tranquilos y bajos salarios. 

Sumando a ello, ahora florece en Cuba una creciente burguesía –que aún en la época Obama era muy incipiente-, la cual recibe cada vez más garantías económicas y políticas por parte del Estado. A su vez, las nuevasmedidas implementadas por el Gobierno cubano le permitirá al empresariadoestadounidense realizar uno de sus principales anhelos: negociar directamentecon el sector privado de la isla.

A ello se suma que Washington ve con mucha preocupación cómo Rusia, y principalmente China, copan cada vez más el mercado de la isla, plaza la cual le produciría múltiples beneficios a las empresas estadounidenses. Por otra parte, que Beijing consolide y monopolice un “enclave comercial” en el Caribe –como lo hace cada vez más-, podría provocar que la potencia asiática saltara a discutirle a Estados Unidos otros mercados de la región, los cuales, hasta el momento, han permanecido casi exclusivos de ellos.

Esencialmente, esas razones han sido siempre el origen de la hostilidad de Estados Unidos con Cuba: el “régimen” había afectado los intereses económicos estadounidenses. Ahora que el Gobierno de La Habana le da continuas garantías y estímulos para invertir en la isla, no tiene ningún sentido perder esa jugosa oferta, la cual será muy bien aprovechada por las multinacionales estadounidenses. 

 


 

Pero la mejor muestra de todo esto es el párrafo que dedica a la cuestión cubana la citada Plataforma, el cual comienza enunciando que “los demócratas también actuaremos rápidamente para revertir las políticas de la Administración de Trump que han socavado los intereses nacionales de los Estados Unidos”. Es decir, el Gobierno Biden-Harris se centrará en resarcir las pérdidas – y aumentar las inversiones y ganancias- de las empresas estadounidenses que habían llegado a Cuba entre 2014 y 2017; precisamente cuando Biden era el vicepresidente de Barack Obama.

He ahí otro de los motivos que le hacen menos complicado a Biden revivir los vínculos con La Habana: Obama rompió el hielo diplomático, estableció embajadas, visitó Cuba y demostró que sí se podía negociar con el “castrismo”.

La Plataforma Política del Partido Demócrata, como buen programa electoral, continúa enfocándose en ganar el voto, estimulando dos sensibilidades de los cubanos que viven en Estados Unidos: los vínculos con la familia, y la posibilidad de derrocar “al régimen”.  

 


De ahí que, por una parte, la Plataforma ataca a la política de Trump, la cual ha “perjudicado al pueblo cubano y a sus familias en los Estados Unidos”, criticando directamente los “esfuerzos para reducir los viajes y las remesas”. En tanto, por otra, anuncia que el Gobierno Biden-Harris insistirá “en lugar de fortalecer el régimen”, promover “los derechos humanos y los intercambios entre pueblos, y empoderaremos al pueblo cubano para que escriba su propio futuro”.

Sin embargo, ante todo -y es lo primero que plantea la Plataforma Política en el espacio dedicado a Cuba-, el Gobierno Biden-Harris actuará “rápidamente para revertir las políticas de la Administración de Trump que han socavado los intereses nacionales de los Estados Unidos”. O sea: promover la llegada de las multinacionales estadounidenses a la isla.

Mientras tanto, en La Habana…

Cuando el 17 de diciembre de 2014, Barack Obama y Raúl Castro anunciaran el inicio del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, no solo de inmediato Washington dejó de ser nuestro enemigo, sino que, además, pasó a ser nuestro amigo, e incluso, para muchos: nuestro mejor gran amigo.

 

 

El haber olvidado que en Estados Unidos solo debemos ver un atractivo socio comercial -el cual no perderá tiempo para intentar condicionar nuestras políticas a su favor-, se debió a que parte del discurso oficial, analizaba las relaciones con Washington desde una perspectiva cada vez más nacionalista y menos marxista. O sea, la idea de Estados Unidos como enemigo se había limitado a país enemigo de la patria cubana, y no a capitalismo imperialista enemigo del Estado socialista. De modo que, una vez quedaron establecidas las prósperas relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países, nada debía interferir entre Cuba y Estados Unidos.   

La frustración generada en Cuba por la llegada de Donald Trump fue producto de olvidar que Trump no es una irregularidad del sistema imperialista, sino una parte intrínseca del sistema imperialista. Más allá de sus excentricidades, el comportamiento de Trump fue muy similar, e incluso menos agresivo, que el de Reagan y los dos Bush. De otra manera no pudiera explicarse que el actual mandatario estadounidense haya ganado la mitad de los electores.

Producto del recibimiento acrítico de las relaciones con Estados Unidos, a partir de 2014, en la sociedad cubana se generalizó asumir, como modelo positivo, el llamado modo de vida americano, lo que, entre otras cosas, implicó la idealización de un falso glamour del pasado capitalista cubano, el cual habría sido interrumpido por la violencia revolucionaria, imponiendo esta una estética de uniformidad y mal gusto. 


A su vez, se comenzó a identificar a todo el proyecto socialista cubano como un proceso frustrado, destinado desde sus inicios a ser inviable, el cual solo podía salvarse, paradójicamente, a través de las relaciones con Estados Unidos y el estímulo del sector privado de la economía. Al mismo tiempo, se exacerbó la percepción del marxismo como una teoría e ideología intrínsecamente portadora de la censura y la represión, la cual, por tanto, debía ser superada.  

Paralelamente a ello, sucedía que, buena parte de quienes criticaban la política exterior adoptada por Cuba desde 2014, mayormente también lo hacían esgrimiendo el nacionalismo, apelando a la tradición patriota e insistiendo en el honor y la memoria histórica. Este discurso se desvanecía ante una industria del turismo que pasó de recibir 2 millones de turistas por año a 4 millones de visitantes extranjeros solo en 2015, más su directo impacto positivo en el sector privado y la economía familiar. A ello se le sumaba la posibilidad de viajar con muy pocas limitaciones a Estados Unidos, el beneficio consecuente a las relaciones familiares y al sector académico cubano. 


De este modo, tras la visita de Barack Obama a La Habana en 2016, Cuba pasó de ser el primer país de América Latina en derrotar al imperialismo yanqui en América, a ser el primer país del continente en recibir a un mandatario estadounidense sin manifestaciones que repudiaran su llegada.

Negarse a restablecer las relaciones económicas con Estados Unidos es defender el bloqueo. Pero, el nuevo encuentro de La Habana con Washington debiera realizarse desde una perspectiva crítica y marxista, donde se evidencie que nuestro conflicto no es una cuestión meramente nacionalista, sino que está movido por el enfrentamiento de la clase trabajadora al capitalismo, y por tanto, a su fase superior y última: el imperialismo. Es decir: las relaciones de Cuba y Estados Unidos están atravesadas por la lucha de clases. 


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