El sentido común de los tomates

La burocracia cubana no sólo está perdiendo la "batalla de las ideas". El control estatal burocratizado y sin participación obrera tiene mala gestión. Además nos ha hecho olvidar este detalle: auto organizarse. Por Helios Alonso (*).


Un video viralizado recientemente muestra cómo un grupo de niños en la escuela cantaba “Nos vamos a Nicaragua”, presuntamente, como respuesta a la situación económica de la isla.

Esto responde a un sentir generalizado en la sociedad cubana, de que “todo está de pinga”. Antonio Gramsci, teórico marxista italiano de la primera mitad del siglo XX, llamaba a este conjunto de valores, ideas, sentires que una sociedad comparte, el sentido común. Él se refería a cómo una sociedad puede ser terreno fértil a ciertas ideas-fuerza contrarias a la clase trabajadora, y lo hacía en el contexto del auge del fascismo. Sostenía que a ese sentido común había que contraponerle el buen sentido, la alternativa de izquierda.

¿Pero es acaso la misma situación? Promueve la gente una ideología nociva, ¿o solamente está haciendo una ponderación de las condiciones objetivas? Como mucho la idea errónea es pensar que la solución está al otro lado del Caribe, sin darse cuenta que el destino del otro lado sea la vida precaria, las chabolas o peor aún la cárcel.

Para ofrecer un buen sentido es necesario que ese buen sentido sea una realidad, o al menos, una posibilidad real. Una alternativa palpable y lógica que resuene en lo personal. Y ante esto (¡como siempre!) surge la pregunta del “Qué hacer”.

Para analizar la política conviene tener ciertos marcos teóricos que aunque simples son muy útiles. No digo que sean necesarios -mucha gente tiene una intuición política mejor que la mía- pero ayudan a dar sentido al caos. Me refiero a la distinción que hace Marx de estructura y superestructura. Superestructura es todo aquello que nosotros los humanos usamos para entender el mundo y manejarnos con los demás: las ideas, la política, las leyes, etc., todo esto es superestructura. Es el marco teórico que nos damos para manejarnos en una realidad. La realidad (estructura) es lo que está subyacente. Por un lado tenemos las capacidades tecnológicas: todo aquello que es posible dada la ciencia, tecnología e infraestructura; por otro las relaciones económicas: cómo nos organizamos para producir y distribuir.

Quiero referirme a un ejemplo de esta realidad/estructura de la sociedad cubana. Es el de los tomates echados a perder (ver Tomate perdido: Un guion que no termina). Lamentablemente no es un caso aislado y refleja la falta de eficacia (no tan siquiera eficiencia) de la estructura económica cubana. Esto sucede en un país que no tiene soberanía alimentaria -el 80% de lo que come se importa-, en un contexto global muy hostil e inestable. Mientras tanto, puedes encontrar en una pequeña tienda MLC de la capital 5 marcas distintas de puré de tomate… importadas!!! No me toca dar mi opinión sobre la (in)operancia de los encargados de la distribución alimentaria pero creo que el Código Penal cubano es suficientemente humanista como para no castigar a dichos burócratas de la manera que mi rabia reclama.




Es claro que el gobierno cubano está perdiendo terreno en la batalla de las ideas. Si hasta cierto tiempo pudo ejercer cierto control del sentir social, la introducción de redes sociales hará dicho control imposible. Cada vez más gente tiene la posibilidad de constatar que su percepción es compartida por un colectivo muy grande. Una idea para que sea sentir social no sólo tiene que ser compartida, sino reconocerse como compartida.

Por otro lado tiene todavía el control sobre las capacidades tecnológicas y las relaciones económicas. Pero ello hasta ahora sólo ha servido para sumar a su escarnio. Y si me dejan pronosticar: seguirá por el mismo camino.

Cuba se encuentra así atrapada en una pinza: por arriba las ideas rechazan la situación actual. Por abajo, la organización de la producción es un tiro en el pie para alcanzar el revolucionario objetivo de oh!… no morir de hambre.

Pero sabemos que algo tiene que cambiar. El comunismo se trata de compartir la riqueza, no de compartir la pobreza.

Leyendo acerca de los tomates echados a perder me pregunté en mi ingenuidad… ¿No pueden los productores locales -si el Estado no recoge los productos- coordinar con otros productores en la misma situación, hacer acopio de la comida y repartirla localmente? ¿No pueden los vecinos armar una cocina improvisada y usar dicho acopio para alimentarse comunalmente? Unos pondrían los tomates, otros las patatas, y así. Iniciativas locales de este tipo afloran en lugares que la necesitan, países de los cuales nunca sospecharíamos denominación comunista alguna.

Sé que en Cuba es difícil. En Cuba todo es difícil. Lleva 60 años desarrollando un ethos donde -por motivos de control justificados o no- es el Estado quien hace y deshace, y el resto simplemente asiente con la cabeza. O se queja, bajito y para dentro, sin cansarse mucho. Se refleja en cómo se habla del aparato estatal: siempre son “ellos”. No hace falta explicar más. Esa otredad no sólo extranjeriza la culpa, sino que aliena la capacidad de hacer, el agency que dicen los gringos. Si siempre son ellos, nosotros somos siempre las víctimas desvalidas del destino. Y no hay nada menos comunista que un pueblo que piensa que no puede hacer nada. 

Dios y Marx me libren de insinuar “quien quiere puede”, porque no hay nada más porfiado que las condiciones materiales. Pero dichas condiciones materiales son las que moldean nuestra imaginación. Si uno crece toda la vida sin ver organizaciones autogestionadas, iniciativa popular, en el barrio, el sindicato, el lugar de trabajo, o donde sea… será algo muy difícil de aceptar como posible.

Pero si aceptamos ese “fatal destino”, ¿qué opción nos queda? Me perdonarán la impertinencia pero crecí sin religión. No me nace rezarle a ningún dios, y creo que por el momento tampoco llegaré a rezarle a ningún compañero funcionario para que obre su milagro.

Un amigo me compartió su miedo acerca de qué podrá pasar en el futuro cercano. No porque le tenga miedo al cambio: sabe que es muy necesario. Pero teme que si dicho cambio no es “hacia la izquierda” de alguna forma (es decir, mejoras tangibles para el pueblo) será “hacia la derecha”. Si la contrarrevolución gana, destruirá todo atisbo de bienestar o justicia social. Cuba no se convertiría en Miami sino en Haití.

Producir y consumir localmente es a veces explicado como una herramienta de doble poder. Es decir, como un ejercicio de autoorganización que da armas efectivas de control de la economía local a la vez que nos enseña a crear espacios desde abajo democráticamente. La clase trabajadora salvándose a sí misma.

Sin embargo, hoy no quiero apelar a grandes razones. Simplemente a esas pequeñas cosas que, sin importar la situación, ayudarán. Si la tormenta mágicamente pasa y todo vuelve a su cauce, genial… servirá para construir revolución. Y si no… si se va todo a la pinga… que no pasemos hambre porque dejamos pudrir los tomates.

(*) Helios Alonso Cabanillas es un militante socialista uruguayo, colaborador de Comunistas, habiendo publicado anteriormente el artículo de opinión Esperanza para los intelectuales