El Che, Fidel y el socialismo en Cuba

El Che veía al “hombre nuevo, empujado, educado y en última instancia, construido por la vanguardia”, plantean en este artículo los intelectuales argentinos Fernando Rosso y Juan Dal Maso. Sea este nuestro homenaje crítico al 64 aniversario de la entrada de Fidel a La Habana. 




Tomado del dossier “A 50 años del asesinato de Che Guevara”  publicado en 2017 por La Izquierda Diario

Por Fernando Rosso y Juan Dal Maso juandalmaso@gmail.com

 

Con la lucidez que lo caracterizaba, Ernesto Che Guevara había destacado en su artículo El Socialismo y el Hombre en Cuba una serie de problemas relacionados con la “transición al socialismo” en la isla.

Como cuando en su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, el Che afirmaba: “Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”; en este texto se acerca a plantear un problema nodal de toda revolución: la cuestión de la democracia obrera o de la organización de las masas.

El Socialismo y el Hombre en Cuba es muy conocido y ha sido ampliamente reivindicado y criticado desde ángulos opuestos por el mismo motivo: la importancia otorgada por Guevara a la cuestión de las fuerzas morales y los factores subjetivos en la construcción socialista.

Ante la muerte de Fidel Castro, hecho que generó un gran impacto en América Latina y el mundo entero, el legado de la revolución cubana vuelve a estar en debate, por lo que este trabajo del Che Guevara merece ser revisitado y pensado a partir de las lecciones de otras experiencias históricas y también de los aportes de la teoría marxista.

En este sentido, un aspecto no del todo tenido en cuenta pero de gran importancia en la reflexión del Che Guevara es el rol de la clase trabajadora en la construcción socialista y las formas de organización de la revolución en general y de la transición en particular. Cuestión que en el texto no tiene una respuesta definitiva, sino más bien está planteada como un tema problemático, irresuelto, para el cual hasta el momento (1965) no se había encontrado una respuesta.

El Che Guevara señala la importancia de la vanguardia revolucionaria pero acentúa que el actor principal de todo el proceso revolucionario es lo que llama “la masa”: “La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la construcción del socialismo”.

Sin embargo, la relación entre el Gobierno y las masas se presenta planteada esencial y unidireccionalmente desde arriba hacia abajo: “… la masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el Gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etc. La iniciativa parte en general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento”.

En este contexto, el “Che” Guevara señalaba la importancia de una “interrelación dialéctica” entre las masas y los dirigentes de la revolución, a la vez que problematizaba por un lado el vínculo entre “la vanguardia” organizada en el Partido y las masas que muchas veces eran empujadas por la vanguardia. De este modo llega a una definición altamente controversial y en el fondo errónea: la “dictadura del proletariado” se ejercía “no sólo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora”.

Para resolver este problema, el Che Guevara señalaba un déficit clave del proceso revolucionario, como era la cuestión de las instituciones de la revolución: “Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción. Esta institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.

No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor”.

Con estas reflexiones, el Che Guevara, aunque no lo planteara explícitamente, estaba poniendo sobre el tapete un tema central del proceso revolucionario cubano: la ausencia de instituciones de democracia directa de las masas obreras y campesinas, como fueron los soviets en la revolución rusa y toda clase de experiencias relacionadas que se dieron en otros procesos, a través de consejos de fábrica, coordinadoras o cordones industriales. La ausencia de una organización de este tipo en la revolución cubana hacía mucho más difícil lo que el propio Che Guevara señalaba como una necesidad: acentuar la participación de las masas “en todos los mecanismos de decisión y de producción”. Y paradójicamente, este problema señalado por el Che Guevara era el producto de la propia política de la dirección cubana hacia el movimiento obrero, caracterizada por la unidad monolítica de la Central de Trabajadores de Cuba y la elaboración desde arriba de los planes económicos.

Por el contrario, para lograr unir ciudadanos y productores hacía falta una institución del tipo de los soviets (es decir asambleas de representantes surgidas desde la base de las fábricas y lugares de trabajo que a su vez se coordinaban a nivel territorial regional y nacional). Este tipo de organización es la que permite que “la masa” adquiera el carácter de un verdadero “poder constituyente”: las iniciativas no surgen de arriba hacia abajo, para que las bases “aprueben” lo ya discutido por los dirigentes, sino que el proceso de auto-organización democrática permitía una relación mucho más igualitaria entre dirigentes y dirigidos.

Ante la consolidación de un régimen totalitario en la URSS a fines de los años ’30, fue León Trotsky, el principal enemigo del estalinismo y la burocratización, quien señaló la perspectiva de luchar por la democracia soviética como una bandera esencial, no por un problema de arquitectura formal de las instituciones de la revolución, sino por una cuestión de profundo contenido político: la “fuerza moral” deviene de que las masas tomen en sus manos el gobierno de su propio destino.

Por lo tanto, el restablecimiento en la URSS de la organización democrática de los trabajadores y campesinos a través de soviets con el reconocimiento de todas las tendencias políticas obreras y populares que defiendan las conquistas de la revolución, barriendo a la casta burocrática, era una de las banderas de los trotskistas para salvaguardar la revolución.

Esta idea estuvo lejos de ser una teoría abstracta en la emergencia de los procesos revolucionarios en el siglo XX. Durante los años ’50 y ’60, los levantamientos en los países del Este (Alemania oriental 1953, Hungría 1956, Checoslovaquia 1968), aunque no hubiera corrientes trotskistas con un peso significativo, tuvieron como protagonistas a sectores obreros que reivindicaban el socialismo y repudiaban a las burocracias, anclado en formas de organización de base que iban desde asambleas de fábricas hasta consejos obreros y que abarcaban grandes zonas urbanas.

En este contexto, el Che Guevara tuvo la agudeza y sensibilidad de percibir la necesidad de dar una forma concreta al protagonismo de las masas, pero sin una clara perspectiva programática y estratégica que pudiera organizarlo desde abajo hacia arriba, superando el verticalismo propio del Estado cubano.

Esta cuestión irresuelta termina teniendo una respuesta en el texto que se refugia en el planteo y la perspectiva del “hombre nuevo”, empujado, educado y en última instancia, construido por la vanguardia.

En su magnífica crónica Los Soviets en acción, el periodista y agudo observador de la revolución rusa, John Reed, describió la “polifuncionalidad” de los soviets: como organizaciones de decisión consciente de los trabajadores, como esenciales para seguir el pulso de la revolución antes y después de tomar el poder y como escuelas de aprendizaje de economía y política.

Reed describe de la siguiente manera a estas instituciones surgidas de las entrañas del movimiento de masas: “La principal función de los soviets es la defensa y consolidación de la revolución. Expresan la voluntad política de las masas no sólo en los Congresos Panrusos, donde su autoridad es casi suprema. Esta centralización existe porque los soviets locales crean el gobierno central y no el gobierno central los soviets locales”. Más adelante agrega: “Los soviets son los órganos de representación más perfecta de la clase trabajadora, eso es verdad, pero son también las armas de la dictadura del proletariado, a la que todos los partidos anti-bolcheviques se oponen encarnizadamente”.

No por nada, la burocratización estalinista apuntó a liquidar los soviets para salvaguardar su poder de casta.

La ausencia de este tipo de organismos no fue la única debilidad de la gran Revolución Cubana (la imposibilidad del socialismo en un solo país es otra), pero sí una de sus carencias centrales. Discutir y sacar conclusiones sobre este problema planteado por el “Che”, pero no resuelto por la Revolución, es clave para preparar los próximos procesos revolucionarios que retomen lo mejor del invalorable legado de un hito clave en la experiencia latinoamericana.

 

Lea también: Trotsky, el Che y la Revolución Cubana