El Che veía al “hombre nuevo, empujado, educado y en última instancia, construido por la vanguardia”, plantean en este artículo los intelectuales argentinos Fernando Rosso y Juan Dal Maso. Sea este nuestro homenaje crítico al 64 aniversario de la entrada de Fidel a La Habana.
Por Fernando Rosso y Juan Dal Maso juandalmaso@gmail.com
Con la
lucidez que lo caracterizaba, Ernesto Che Guevara había destacado en su
artículo El Socialismo y el Hombre en Cuba una serie de problemas
relacionados con la “transición al socialismo” en la isla.
Como
cuando en su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental,
el Che afirmaba: “Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo
forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista
o caricatura de revolución”; en este texto se acerca a plantear un problema
nodal de toda revolución: la cuestión de la democracia obrera o de la organización
de las masas.
El
Socialismo y el Hombre en Cuba es muy conocido y ha sido
ampliamente reivindicado y criticado desde ángulos opuestos por el mismo
motivo: la importancia otorgada por Guevara a la cuestión de las fuerzas
morales y los factores subjetivos en la construcción socialista.
Ante la
muerte de Fidel Castro, hecho que generó un gran impacto en América Latina y el
mundo entero, el legado de la revolución cubana vuelve a estar en debate, por
lo que este trabajo del Che Guevara merece ser revisitado y pensado a partir de
las lecciones de otras experiencias históricas y también de los aportes de la
teoría marxista.
En este
sentido, un aspecto no del todo tenido en cuenta pero de gran importancia en la
reflexión del Che Guevara es el rol de la clase trabajadora en la construcción
socialista y las formas de organización de la revolución en general y de la
transición en particular. Cuestión que en el texto no tiene una respuesta
definitiva, sino más bien está planteada como un tema problemático, irresuelto,
para el cual hasta el momento (1965) no se había encontrado una respuesta.
El Che
Guevara señala la importancia de la vanguardia revolucionaria pero acentúa que
el actor principal de todo el proceso revolucionario es lo que llama “la masa”:
“La masa participó en la reforma agraria y en el difícil empeño de la
administración de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de
Playa Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas de bandidos
armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más importantes de los
tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy trabajando en la
construcción del socialismo”.
Sin
embargo, la relación entre el Gobierno y las masas se presenta planteada
esencial y unidireccionalmente desde arriba hacia abajo: “… la masa realiza con
entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el Gobierno fija, ya sean de
índole económica, cultural, de defensa, deportiva, etc. La iniciativa parte en
general de Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo que
la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el partido y
el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento”.
En este
contexto, el “Che” Guevara señalaba la importancia de una “interrelación
dialéctica” entre las masas y los dirigentes de la revolución, a la vez que
problematizaba por un lado el vínculo entre “la vanguardia” organizada en el
Partido y las masas que muchas veces eran empujadas por la vanguardia. De este
modo llega a una definición altamente controversial y en el fondo errónea: la
“dictadura del proletariado” se ejercía “no sólo sobre la clase derrotada, sino
también individualmente, sobre la clase vencedora”.
Para
resolver este problema, el Che Guevara señalaba un déficit clave del proceso
revolucionario, como era la cuestión de las instituciones de la revolución:
“Todo esto entraña, para su éxito total, la necesidad de una serie de
mecanismos, las instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes
marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como el
de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien
aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los
destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a
los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción. Esta
institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo
nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad
en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del
socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia
burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras
legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear
paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada
prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto
formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la
última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado
de su enajenación.
No
obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente,
ahora las masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que
luchan por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente
estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto
para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social
es infinitamente mayor”.
Con estas
reflexiones, el Che Guevara, aunque no lo planteara explícitamente, estaba
poniendo sobre el tapete un tema central del proceso revolucionario cubano: la
ausencia de instituciones de democracia directa de las masas obreras y
campesinas, como fueron los soviets en la revolución rusa y toda clase de
experiencias relacionadas que se dieron en otros procesos, a través de consejos
de fábrica, coordinadoras o cordones industriales. La ausencia de una
organización de este tipo en la revolución cubana hacía mucho más difícil lo
que el propio Che Guevara señalaba como una necesidad: acentuar la
participación de las masas “en todos los mecanismos de decisión y de
producción”. Y paradójicamente, este problema señalado por el Che Guevara era
el producto de la propia política de la dirección cubana hacia el movimiento
obrero, caracterizada por la unidad monolítica de la Central de Trabajadores de
Cuba y la elaboración desde arriba de los planes económicos.
Por el
contrario, para lograr unir ciudadanos y productores hacía falta una
institución del tipo de los soviets (es decir asambleas de representantes
surgidas desde la base de las fábricas y lugares de trabajo que a su vez se
coordinaban a nivel territorial regional y nacional). Este tipo de organización
es la que permite que “la masa” adquiera el carácter de un verdadero “poder
constituyente”: las iniciativas no surgen de arriba hacia abajo, para que las
bases “aprueben” lo ya discutido por los dirigentes, sino que el proceso de
auto-organización democrática permitía una relación mucho más igualitaria entre
dirigentes y dirigidos.
Ante la
consolidación de un régimen totalitario en la URSS a fines de los años ’30, fue
León Trotsky, el principal enemigo del estalinismo y la burocratización, quien
señaló la perspectiva de luchar por la democracia soviética como una bandera
esencial, no por un problema de arquitectura formal de las instituciones de la
revolución, sino por una cuestión de profundo contenido político: la “fuerza
moral” deviene de que las masas tomen en sus manos el gobierno de su propio
destino.
Por lo
tanto, el restablecimiento en la URSS de la organización democrática de los
trabajadores y campesinos a través de soviets con el reconocimiento de todas
las tendencias políticas obreras y populares que defiendan las conquistas de la
revolución, barriendo a la casta burocrática, era una de las banderas de los
trotskistas para salvaguardar la revolución.
Esta idea
estuvo lejos de ser una teoría abstracta en la emergencia de los procesos
revolucionarios en el siglo XX. Durante los años ’50 y ’60, los levantamientos
en los países del Este (Alemania oriental 1953, Hungría 1956, Checoslovaquia
1968), aunque no hubiera corrientes trotskistas con un peso significativo,
tuvieron como protagonistas a sectores obreros que reivindicaban el socialismo
y repudiaban a las burocracias, anclado en formas de organización de base que
iban desde asambleas de fábricas hasta consejos obreros y que abarcaban grandes
zonas urbanas.
En este
contexto, el Che Guevara tuvo la agudeza y sensibilidad de percibir la
necesidad de dar una forma concreta al protagonismo de las masas, pero sin una
clara perspectiva programática y estratégica que pudiera organizarlo desde
abajo hacia arriba, superando el verticalismo propio del Estado cubano.
Esta
cuestión irresuelta termina teniendo una respuesta en el texto que se refugia
en el planteo y la perspectiva del “hombre nuevo”, empujado, educado y en
última instancia, construido por la vanguardia.
En su
magnífica crónica Los Soviets en acción, el periodista y agudo
observador de la revolución rusa, John Reed, describió la “polifuncionalidad”
de los soviets: como organizaciones de decisión consciente de los trabajadores,
como esenciales para seguir el pulso de la revolución antes y después de tomar
el poder y como escuelas de aprendizaje de economía y política.
Reed
describe de la siguiente manera a estas instituciones surgidas de las entrañas
del movimiento de masas: “La principal función de los soviets es la defensa y
consolidación de la revolución. Expresan la voluntad política de las masas no
sólo en los Congresos Panrusos, donde su autoridad es casi suprema. Esta
centralización existe porque los soviets locales crean el gobierno central y no
el gobierno central los soviets locales”. Más adelante agrega: “Los soviets son
los órganos de representación más perfecta de la clase trabajadora, eso es
verdad, pero son también las armas de la dictadura del proletariado, a la que
todos los partidos anti-bolcheviques se oponen encarnizadamente”.
No por nada,
la burocratización estalinista apuntó a liquidar los soviets para salvaguardar
su poder de casta.
La
ausencia de este tipo de organismos no fue la única debilidad de la gran
Revolución Cubana (la imposibilidad del socialismo en un solo país es otra), pero
sí una de sus carencias centrales. Discutir y sacar conclusiones sobre este
problema planteado por el “Che”, pero no resuelto por la Revolución, es clave
para preparar los próximos procesos revolucionarios que retomen lo mejor del
invalorable legado de un hito clave en la experiencia latinoamericana.