Acerca de la democracia, los sindicatos y el Partido


“Lo que podrá sacar a la luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas, no será la apología acrítica sino la crítica penetrante y reflexiva.”

Rosa Luxemburgo


Por Marina Cristos y Marcos Guzmán

En 1918 Rosa Luxemburgo escribió el crítico folleto La Revolución rusa. El texto no se publicó mientras ella vivía, por ende,  una vez apareció el documento los bolcheviques se encargaron de restarle valor. Argumentaban que la autora nunca lo llevó a imprenta y por tanto, era posible que al final hubiese “superado” esas ideas. 

La polémica del documento radica esencialmente en que la dirigente revolucionaria no había escrito una apología a la dirección bolchevique. Luxemburgo alertaba insistentemente que las políticas de Lenin y Trotski, respecto a la democracia en la sociedad rusa, podían provocar que la dictadura del proletariado terminara siendo una dictadura del partido. 

Sin llegar a esto, lo cierto es que, los extremos rigores de la Guerra Civil en Rusia (1918-1921), más la casi nula conciencia ciudadana producto de siglos de despotismo zarista provocaron que, en efecto, la democracia en el país soviético cada vez mermara más. 



Una rebelión más allá de la granja

Tres años después de que Rosa Luxemburgo escribiera La Revolución rusa, se desató en 1921 al interior del Partido Comunista (bolchevique) una fuerte batalla entorno a la democracia y autonomía de los sindicatos. 

Esencialmente, la polémica surgió cuando Trotski intentó supeditar los sindicatos a la administración, reduciendo al mínimo la autonomía de estos. Su frase, “hay que zarandear los sindicatos”, lo acompañaría incluso después de aquellos hechos, siendo empleada por Lenin como una broma recurrente entre ambos.

Ante la propuesta de Trotski, dentro del PC (b) se insurreccionó la Oposición Obrera dirigida por Alexandra Kollantai y Alexander Shliápnikov. Esta tendencia exigía un Estado socialista donde la dirección política estuviera prácticamente dirigida por los sindicatos. 

Aunque, supuestamente, el planteamiento de Trotski convenía a la máxima dirigencia del Buró Político -pues tendría a los sindicatos completamente supeditados a sus decisiones-, Lenin se percataba que la propuesta del fundador del Ejército Rojo había conducido a una rebelión dentro del partido. 

Peor aún: había causado que, precisamente, una buena parte de los sindicatos exigieran un grado de autonomía que ya habían perdido, pero que hasta el momento, no reclamaban. 

Contrario a lo que las mayorías conocen hoy, la polémica generó que en la Rusia soviética de 1921 explotaran huelgas dirigidas por la clase trabajadora -y no por la contrarrevolución-, exigiéndole derechos a la dirección bolchevique. 

La decisión final iba a ser tomada en el X Congreso del PC(b), sin embargo, en Kronstad, los marinos se sublevaron y el Estado de excepción provocado causó, al decir del mismo Trotski en La Revolución Traicionada, “la interdicción de las fracciones dentro del Partido”. O sea, el debate fue suprimido quedando todo como estaba. 

Como se ve, a pesar de que las libertades civiles en la sociedad rusa habían menguado considerablemente, durante y después de la Guerra Civil, la democracia dentro del partido bolchevique existió -al menos-, hasta 1921. Pues he aquí un detalle importantísimo: no se tomó ninguna represión contra los que habían formado parte de las tendencias contrarias al Buró Político. 

Sin embargo, entró en juego un nuevo elemento negativo que marcó el fin de la intensa vida democrática que sobrevivía, al menos, al interior del Partido: la interdicción “temporal”, que en realidad nunca fue levantada, de los grupos y fracciones.

La democracia inicial al interior del PC(b) demuestra que la burocracia no es en sí un sector inmovilista que conduce, por su mera existencia, hacia la parálisis de la revolución, e incluso hacia el capitalismo. Asumir esto, sería asumir el fracaso de todo socialismo. 

Pero, ¿qué es la burocracia?

La burocracia es, en primera instancia, el funcionariado representante de la clase que esté en el poder. En el caso particular de la sociedad en transición al socialismo, son los representantes directos de la dictadura del proletariado. 

Sin embargo, tal como alertara Rosa Luxemburgo, esta dictadura debe ser la obra de toda la clase trabajadora y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de ella. Para lograr esto, la burocracia debe estar sometida al control directos de quien pretende representar: la clase trabajadora.

La ausencia de la democracia obrera aparta a la clase trabajadora de la vida pública, privándola de la educación política que brinda la práctica revolucionaria. Surge así una situación propicia para que la burocracia se constituya en una casta especial de “políticos profesionales” elevada por encima de la clase a cuyos intereses debería representar. Por ello, el poder político directo de la clase trabajadora, junto a la expansión de la Revolución mundial y las circunstancias sociopolíticas que pueden generar estos escenarios, son los elementos que definen el devenir político de la burocracia en un proceso revolucionario. 



En la naciente Unión Soviética -junto a otros importantes factores-, la paulatina supresión de derechos democráticos fuera del partido influyó fuertemente en su antidemocratización. 

Sin el movimiento vivo de la clase trabajadora, el partido se convirtió en una institución cada vez más rígida, donde una camarilla de privilegiados suplantó la autoridad de la militancia. 

De este modo Stalin pudo, perpetuando la temporal interdicción de las fracciones, no solo imponer, sino también legitimar la idea de que, las corrientes discrepantes solo conducían a la división y por tanto, a la derrota política. 

La exclusión de la clase trabajadora de la vida pública, la ausencia de libertades civiles y democráticas, incapacitó a esta para llevar adelante la transformación socialista de la sociedad. 

Sumado a esto, el poder infalible desarrollado por el PCUS provocó que cuando, a finales de la década de los años 80, el ala liquidacionista del Buró Político decidiera encaminarse hacia el capitalismo, la clase trabajadora soviética no tuviera las herramientas, ni la conciencia política necesaria, para oponerse a ello. 

Esto nos lleva a una conclusión en la que Fidel Castro hizo hincapié en su último discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: que un partido comunista dirija la construcción de la sociedad socialista, no constituye garantía absoluta contra la posible restauración del capitalismo en el país. 

La única garantía contra esta posibilidad radica en el control que tenga la clase trabajadora sobre el proceso de transición socialista. 

Cuba

Según Fernando Martínez Heredia, el mencionado folleto de Rosa Luxemburgo fue impreso en La Habana durante la existencia del Departamento de Filosofía (1965-1971). Sin embargo, desde entonces La Revolución rusa no se publica en Cuba y es muy probable que aquella edición haya sido de muy pocos ejemplares. 

Todo ello hace que el contenido de este ensayo sea ajeno a la gran mayoría de las lectoras y lectores cubanos. Se ignora así a uno de los principales documentos marxistas existentes para entender las raíces de un problema que hoy nos urge: la libertad y el control de la clase trabajadora sobre el proceso de construcción del socialismo.

Contrario a lo que muchos piensan, las reuniones de la militancia del Partido Comunista de Cuba y las asambleas de los sindicatos en los centros laborales, sí son escuchadas por la dirección del país.  

Sin embargo, al estar paralizada la sociedad cubana a causa de la Covid-19, las actuales medidas económicas se aprueban e instrumentan sin que la mayoría de los Comités de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas, ni los núcleos del Partido, ni las asambleas de trabajadores, hayan podido emitir sus criterios al respecto. 

Por demás, el sector de la clase trabajadora contratada por la burguesía, junto al sector autoempleado, carece de herramientas efectivas para hacerse escuchar. Y estamos hablando de casi tres millones de trabajadoras y trabajadores.

El grueso de las nuevas medidas económicas están pensadas, explícitamente, para darle facilidades al sector privado, para que este se desarrolle y crezca: creer que los intereses de la burguesía son los mismos que los intereses de la clase trabajadora, es, o ser ingenuo o desconocer por completo lo más elemental de Marx.   

Este es uno de los principales riesgos que tiene hoy el socialismo cubano: la clase trabajadora no está tomando parte de las neurálgicas decisiones que orientan la economía del país hacia un nuevo rumbo. Esto, por otra parte, le dificulta tomar conciencia de la real naturaleza del proceso que vive hoy el país. 

Es urgente rectificar los actuales errores económicos y las tendencias políticas negativas, e ir por el camino correcto: hacia el comunismo. Sin reyes que nos visiten, sin burgueses que acrecienten su poder económico a expensas del trabajo ajeno, ni burócratas que decidan el futuro de nuestro país, obviando a la clase trabajadora. 


*Marina Cristos: seudónimo de una maestra de educación primaria quien imparte clases en las estribaciones del Escambray. Miembros del Comité Editorial la conocieron en febrero pasado. Este trabajo demuestra que los conocimientos no son feudos de nadie. 

Marcos Guzmán: miembro del Comité Editorial