Este 19 de octubre Niue cumplió 51 años bajo la condición de Estado Libre Asociado con Nueva Zelanda. Lo que puede parecer la unión voluntaria entre dos naciones no es más que palabrería leguleya para dar un tinte moderno al colonialismo. Sucede que cuando Nueva Zelanda obtiene su independencia -aunque el monarca británico todavía hoy sigue siendo su jefe de Estado-, dos territorios que también aspiraban a ser soberanos fueron absorbidos por el recién fundado Estado neozelandés. Esto no era casual: en la olvidada Oceanía los años 70 también fueron rebeldes. Mientras Vanuatu al alcanzar la independencia comenzaba la construcción de lo que dieron en llamar el Socialismo Melanesio, encabezado por el primer ministro Walter Lini, en la mal nombrada Nueva Caledonia el pueblo kanak se alzaba en armas contra el colonialismo francés.
Si bien Reino Unido había ido desprendiéndose sin conflictos armados de la mayoría de sus posesiones en el Caribe Oriental -increíblemente hoy todavía llamado en Londres como las West Indies-, también veía cómo sus antiguas excolonias tendían a tomar rumbos izquierdistas. De esa manera, cuando en 1973 Bahamas se independiza, lo hace hablando en nombre de una “Revolución pacífica” invitando al acto donde se proclama la soberanía al canciller cubano y no enviando ninguna invitación a Estados Unidos. Similares situaciones se verían en Jamaica, con Michael Manley o en Dominica donde el gobernante Partido Laborista incluso colaboraba con Muammar el-Gadaffi, llegando a entrenar núcleos militantes para combatir junto a los cubanos en Angola. Nueva Zelanda debía entonces comportarse como la sustituta extensión opresiva de Londres en Oceanía: ya lo hacía reprimiendo al pueblo maorí y llevaría esa política tanto a las islas Niue como a las Cook.
La terminología Estado Libre Asociado fue una invención con un pésimo antecedente en América Latina: todavía hoy bajo ese estatus es como Estados Unidos somete jurídicamente a Puerto Rico, único país hispanohablante que no ha obtenido la independencia. Francia actualmente realiza maniobras similares: otorga nuevos nombres oficiales a sus colonias en América Latina, el Caribe oriental, África y Oceanía. Incluso, en 2023, Francia fue lo suficientemente hábil como para derogar la bandera colonialista de Martinica y contentar a los autonomistas al permitirles emplear la insignia independentista como símbolo oficial martiniqués. Sin embargo, más allá del trapo que ondee en el asta, la lucha de clases siempre se impone y meses después la Martinica fue estremecida por fuertes protestas populares: miles de obreros, en su gran mayoría afrodescendientes, se enfrentaban a las políticas de ajustes dictadas desde París, reclamando además el cese del favoritismo económico a los franceses, tanto los nacidos en la isla -los llamados bequés-, como a los funcionarios colonialistas y los nuevos colonos provenientes de la metrópoli.
Algo similar continúa sucediendo en Niue. Hace años que Niue viene reclamando convertirse en Estado independiente, pero Nueva Zelanda lo presiona y chantajea con que de separarse perderán los “beneficios” de ser ciudadanos neozelandeses -es decir, que no recibirían ninguna colaboración económica-. Por su parte, Niue, ha ido impulsando una política soberanista dentro de la ONU, pero, al mismo tiempo, cayendo en la tentación de orbitar en torno al imperialismo chino. La burguesía nacional de Niue pareciera querer cambiar de metrópoli, al menos económicamente. Uno de los principales reclamos de Niue es que Nueva Zelanda le permita profundizar sus vínculos económicos con China y, Pekín, que todavía es un imperialismo en expansión, desea cada vez más controlar Oceanía. He aquí otra vez, las limitaciones del nacionalismo: ¿la independencia de Nueva Zelanda para convertirse en neocolonia china o la independencia para que Niue construya su destino verdaderamente soberano sin ser condicionado ni oprimido por ningún otro Estado?
Por su parte, Cuba no se queda detrás. Contrario a condenar la política colonialista de Nueva Zelanda, La Habana este 19 de octubre ha enviado un mensaje de felicitación a Niue por el 51 aniversario de su constitución como Estado Libre Asociado. Es como si Cuba felicitara a Puerto Rico por seguir siendo colonia yanqui, pero bajo la repulsivamente falsa denominación de Estado Libre Asociado. Debe quedar claro que cuando un país adopta esta denominación no lo hace en igualdad de condiciones, es decir, no se constituye una confederación de iguales, sino que el país que acepta ser Estado Asociado, en realidad no es Libre. Nunca ningún Estado ha aceptado felizmente que su Estado Libre Asociado se separe. Las amenazas, represiones, extorsiones, siempre llegan ante el intento de separarse.
Cuba, quien aupó los movimientos de liberación nacional anticolonialistas en la segunda mita del siglo XX, hoy es un ejemplo de domesticación al gran capital: el perfecto caso de cómo la coexistencia pacífica es imposible de practicar por un país socialista. Si un país pretende construir el socialismo no puede estar pactando políticamente con Estados colonialistas y neocolonialistas. Como mismo Cuba estila anualmente felicitar al régimen colonialista que gobierna Niue, nunca se ha escuchado un comunicado de La Habana condenando la represión neozelandesa contra el pueblo maorí. De hecho, es una causa completamente desconocida por la prensa cubana. Cuando Nueva Zelanda ha reprimido con fuerza al pueblo maorí, Cuba hace mutis en los organismos internacionales. Según un artículo publicado en septiembre pasado por Le Monde Diplomatique, la represión contra el pueblo maorí es tal que todavía en los hospitales neozelandeses cuando las mujeres aborígenes paren, no pocos profesionales de la salud las presionan para que regalen sus hijos a familias “blancas”.
¿Qué dice Cuba de esto? Nada. Pero, exactamente ¿qué gana Cuba con este silencio cómplice? No perder un importante voto contra el bloqueo estadounidense en la ONU. No es que Nueva Zelanda sea una ferviente activista anti bloqueo yanqui, pero en consonancia con los intereses británicos -a los que sigue respondiendo- en la ONU y otros espacios internacionales dice oponerse a las sanciones económicas contra Cuba. Además, Nueva Zelanda tampoco levanta la voz contra la represión del gobierno cubano. Esta es la política exterior cubana: tratar de ganar apoyos o silencios cómplices a cambio de no apoyar a las fuerzas revolucionarias de otros países.
Los días de la efectiva solidaridad guevarista con las guerrillas anticolonialistas han desaparecido. De apoyar a “Hacer dos, tres, muchos Vietnam” como decía el Che, Cuba pasó a aplicar el modelo capitalista impulsado por Vietnam. Pero, precisamente, la traición del gobierno cubano a los movimientos independentistas se dio porque el ejemplo era Vietnam, es decir, no exactamente Vietnam como caso específico, sino el modelo que propugnaban tanto Ho Chi Minh, como Che y Fidel Castro: un modelo socialista donde la clase trabajadora no era quien tenía el verdadero poder político, sino la burocracia dirigente. De ese modo, mientras la burocracia dirigente cubana apoyaba a los movimientos de liberación nacional, todo iba en consonancia con los intereses revolucionarios, pero cuando esa burocracia dirigente decidió pasarse plenamente a la coexistencia pacífica, la clase trabajadora cubana no tuvo cómo evitarlo. Es así cómo La Habana tiene una postura completamente condescendiente con el ultraderechista Javier Milei, a quien, por el solo hecho de ser el principal aliado del imperialismo yanqui en América Latina, el gobierno cubano -que todavía se dice socialista- debiera desafiarlo continuamente. Sin embargo, cuando en diciembre de 2023 la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acusó a Cuba de entrenar a los piqueteros, el gobierno cubano solamente emitió una tímida negación de los hechos y no condenó la política ultraderechista de Milei. Curiosamente tampoco se escuchan muchas críticas de Javier Milei a Cuba. En cambio, ha sido bajo su gobierno que la nueva burguesía cubana realizó una visita oficial a Argentina comprando miles de toneladas de frijoles, contrastando con que el gobierno de Díaz-Canel desfinancia completamente la agricultura.
Bajo cualquier máscara, el colonialismo es un mal que tristemente todavía existe, pero también, cual sea su denominación, no serán los nacionalismos quienes les pongan fin a los imperialismos y sus testaferros, sino las verdaderas revoluciones socialistas.